Comencé con los juegos de Rol en mi primer año de universidad. Con Vampiro algo más tarde.
Tuve la suerte de encontrar a un grupo de jugadores únicos e increíbles: literalmente, eran únicos, nada de clones e increíbles en todos los sentidos, incluso en el de repartir dinamita en partidas de la Llamada. No me acobardé, ni ellos pudieron impedir que entrara a formar parte de su club: La Hermandad de la Estrella Negra. Olé. Poco dramáticos éramos.