Escrito por Alberto Rodríguez
El hombre de negro se colocó el guante de cabritilla despaciosamente, casi como un cirujano. Entonces habló, como hablan las armas, como hablan los hombres que acostumbran a usar armas, en disparos, casi como pequeñas explosiones.
– Si de veras le quiere muerto le costará tiempo.
– Tengo suficiente dinero como para enterraros en él.