El jinete avanzaba por la inmensa llanura, pedregosa y árida como un cadáver, con trote lento y fácil. Despreocupado, pensaba solamente en llegar al anochecer del día siguiente al pueblecito, y poder dormir en una cama un par de noches, claro está, después de un baño caliente abundante y espumoso, fumándose el más delicioso de los cigarros puros que pudiera comprar en el almacén local.
De pronto, un instinto secreto, uno de esos instintos que adquieren los hombres y mujeres que acostumbran a vivir siempre en el límite, «twice in a day everyday», chilló en su interior con fuerza silenciosa. Algo así como un extraño revoltijo de tripas que culmina en un ondear bandera roja en lo más profundo de tus entrañas.