Ian
Un mosaico rosado, corroído, tapizado de amarillentas pústulas donde el hueso, emergente, ha cortado la piel. Sin rastro alguno de cabello en el cráneo, que brilla en la mortecina luz como la cúpula de un templo pagano. La nariz, rota un millón de veces, hasta parecer algo que ni un perro hambriento se comería. Un ojo más alto que el otro, el izquierdo casi el doble de grande. Y la boca… una inexpresable colección de serruchos que hicieran innegables pero inútiles esfuerzos por encajar. Mi cara en el espejo. Perfecto.