¿Por qué tengo 300 kg. de explosivos?
Escrito por Alberto Rodríguez.
Los dos hombres fumaban nerviosos en el interior de la camioneta. La tensión era tan grande que se diría que estaban respirando mantequilla en vez de aire. El que no conducía se atrevió por fin a hacer en alto la pregunta que martilleaba en el cerebro de los dos:
– ¿Crees que hacemos bien?
– La lucha es así. Si todos permanecemos quietos mientras se nos empuja y no arrimamos el hombro en la medida de lo posible para empujar, pronto nos acallarían como a perros sumisos y falderos. – dijo el otro queriendo parecer seguro y confiado.
– ¿ No deberían dar una oportunidad al acuerdo del Viernes Santo?
– Ese es un acuerdo-trampa para el pueblo irlandés, Duncan. El viejo IRA está ya tan acostumbrado a ser el poder que ha olvidado al pueblo de Irlanda, y lo ha traicionado con tal de ver sus culos sentados en las poltronas de Stormont. Mi deber como irlandés es no ceder ni en estas circunstancias ante el enemigo, y ayudar con mi pequeña aportación.
– ¿Pequeña? ¿Trescientos kilos de explosivo para demoliciones te parece una pequeña aportación, Sherringford?
– Yo no he robado todo,. Duncan. Decenas de compañeros por todos los Estados Unidos han despistado migaja a migaja todo el explosivo que hoy transportamos. Y somos responsables de ello y no podemos traicionar su trabajo y su honor hasta que lo hayamos entregado en el muelle doce del Gran Lago esta noche.
Al otro lado de la ciudad, en la habitación de un destartalado motel, un hombre sudaba copiosamente. Sabía perfectamente que los responsables de la organización lo habían puesto al frente de aquella operación para probarle. Que la confianza de sus mandos en él no era plena. Y que cualquier pequeño desliz le acarrearía la muerte, único castigo aplicable a los traidores en el IRA Continuidad. Era cierto que, en los actuales momentos de confusión, su adhesión a la causa no era completa, pero quería terminar aquella misión con limpieza y eficacia. Pese a lo que dijeran los informes del MI-5 acerca del espía a sueldo de su Majestad Mark Renton. Pura mentira par manchar su nombre y prestigio ganado en las calles de Belfast. Y no se le ocurría que podía significar que hoy, precisamente hoy, el día de la entrega, hubiese desaparecido su pistola.
En la camioneta, los hombres también sudaban pese al frío exterior. De pronto, y sin previo aviso, la cara más horripilante que pudiesen imaginar en sus pesadillas, apareció pegada al cristal del parabrisas del conductor, grotescamente invertida. Sus cabellos eran lacios, entrecanos y grasientos, sus facciones pálidas como la nieve y marcadas como a cincel, y sus ojos, vidriosos, sin vida, pero con un fulgor diabólico y truculento.
Sherringford clavó los frenos de la furgoneta, y un cuerpo que aparentemente estaba sobre el techo del vehículo se precipito en la calzada arrastrando aquella horrible cara. El cuerpo quedo tendido en el suelo, desmadejado y sangrante.
– ¡Santo Cristo! ¿quién demonios era ese? – dijo mirando los despojos que habían quedado en el suelo.
– No tengo ni idea, pero será mejr que lo comprobemos. No quiero problemas en una noche como hoy. -dijo Duncan – Tu cúbreme, voy a asegurarme de que fuese lo que fuese, no nos dará problemas- dijo amartillando su automática.
Sherrinford bajó de la camioneta, y Duncan también. Comprobaron que a pesar del ruido de la frenada, la calle por la que transitaban estaba desierta. Sherringford le hizo un seña a su compañero que permaneció vigilante al lado de la camioneta. Ël sin embargo avanzó con sumo cuidado hacia el cadáver, que sangraba abundantemente por los oídos. Se llegó a él, y comprobo que era un mendigo muy mal vestido, pálido y ceniciento, y nque no tenía pulso. Cuando se volvió hacia su compañero para informarle del estado del mendigo, éste cobró vida a la velocidad del relámpago, y cuando quiso darse cuenta, tres balas habían atravesado su tórax de sendos disparos a bocajarro. Duncan hizo amago de responder al ataque, pero sus movimientos eran torpes y plúmbeos comparados con la fugacidad del tipo pálido.
No pudo responder al disparo en la cabeza que recibió casi sin solución de continuidad…
El vampiro dejó la escena de su crimen tal y como había quedado, no sin antes sorber un poco de vitae que se vertía por uno de los agujeros de bala.
-Detesto el sabor de la pólvora, pensó.
Varios perros ladraban, y algunas ventanas unos cientos de metros más allá comenzaban a iluminarse. Arrojo al suelo la pistola de Renton, y se guardó el guante de látex que había usado par no dejar huellas en el arma. Se introdujo en la camioneta y se puso en marcha.
Al principio circuló con cuidado, evitando las patrullas de policía, las luces, todo aquellos que pudiera ser una amenaza. Después aguzó todo lo posible sus potentes sertidos, para controlar la amenaza de sus semejantes de Chicago, que quiza no viesen su pequeña excursión nocturna con muy buenos ojos.
Finalmente, cuando tomó la desviación de la autopista hacia Gary, rebuscó entre sus bolsillos, extrajo un vial hospitalario de sangre reseca con la inscripción cannabinoides positivo que sorbió y masticó con delectación, puso a los Doors a todo trapo en la radio y con el regocijo que da saber que todas tus informaciones eran exactas, todos los cabos estaban atados y que los planes han salido bien, le gritó a la luna:
¡¡¡¡¡JUGUETITOS, TITOS,TITOS!!!!!
Escrito por Alberto Rodríguez Historia para su personaje O´Riordan, del juego de rol Vampiro: La Mascarada |
Leave a Comment