Diarios de Symbaroum. Markus Van Haerden II
Sigue el diario Symbaroum de Markus el trocalengo, (aquí puedes leer la primera parte). Cualquiera diría que está siendo más peligroso el descanso en Fuerte Espina que la aventura en el Davokar.
Onceavo. Malas noticias.
“… espero y me recupero en el Curro en Brezoscuro. Alevia me ha dado un tazón de su magnifica sopa, y la acompaño de un destilado de mi propia invención, otros dirían que innecesariamente picante, pero este es mi veneno y me gusta así. Nadie hubiera pensado que una pizca de veneno de gato víbora añadiera tal sabor a la mezcla. No tengo que esperar mucho, la muchacha llega con la nota entregada por el novicio en las manos: el padre Sarvola ha cumplido con lo que prometió. La chica es todo ojos, envuelta en ropas que apenas son harapos. Se sienta junto a mí en un silencio devastado. Con un gesto a Alevia encargo otro tazón y pan, y dejo a mano mi frasco de aguardiente, lo va a necesitar. Le confirmo lo que ya sabe, que su hermana falleció e intento evitarle las peores notas de ese concierto terrible: le entrego la carta que dejó sin terminar y le confirmo que solo ella fue causante de su muerte.
Se lo toma con un pragmatismo mayor de lo esperado, no era ciega a las actividades de su hermana y a menudo le había insistido en desistir de ellas, tanto por su impiedad como por el peligro que implicaba para ella misma. La chica come en silencio, con ganas, parece que es la mejor comida que ha tomado en días. Es evidente que sabe leer, y eso la sitúa por encima de la mayoría en esta ciudad maldita de los dioses. Tras entregarle unos taleros que aparté del botín de su hermana le ofrezco que sea mi aprendiza, cama, comida, y algo de dinero, puedo enseñarle algo del mundo, de medicina y de alquimia: si finalmente acepta, puede contactar conmigo a través de la misión. Lo cierto es que me vendría bien alguien que velara por mis intereses cuando estoy fuera, Oro hace lo que puede, pero tiene bastante y de sobra con su propio negocio…”
Doceavo. Las hermanas.
“… aprovecho un encargo del padre Sabola para la misión para acercarme a la Apoteca del Talero, para gestionar también mis propios asuntos. Mi interacción con las hermanas, Moria y Ofera ha sido muy superficial, muy diferente del día en que un aburridísimo Aro insistió en acompañarme. Les entrego las dos listas de ingredientes, muy diferentes, y las hermanas inquisitivas me pregunta el motivo: le comento que en mi condición de aprendiz de médico y alquimista estoy ayudando al padre Sarvola con su misión en lo que puedo. Me sorprendo al ver que algo en ellas cambia, algo sutil, su aspecto se vuelve severo y determinado. Esto es algo que Aro consigue habitualmente con una palabra, a veces con una mirada, pero a mi nunca me ocurre. Al apartarse su hermana a preparar los pedidos, Moria me pregunta como yo, evidentemente un aventurero encallecido, invierto mi tiempo y esfuerzo en tales disciplinas, y con un exceso de sinceridad por mi parte le contesto con mi verdad primera, que es todo cuanto tengo: “el conocimiento es todo la luz que le queda a este mundo sombrío”. Esto hace que se ruborice y desvíe la mirada por una razón que no comprendo del todo. Cuando llega Ofera, aprovechando que Moria no mira hecha unas hierbas extra guiñándome un ojo, y luego Moria, aprovechando que Ofera no mira hace un importante descuento en el pedido. “Esto salvará más de una vida hoy” la digo, y su rubor parece que le va a llegar a la raíz del pelo. Antes de salir, por un impulso me vuelvo: “¿Quizá querría acompañarme esta noche a la Leyenda, a compartir historias con una bandeja de quesos y un vino de Vearra?” La mujer asiente sin un instante de duda. Me voy extrañamente emocionado. Presiento que tenemos mucho en común. Aro más tarde al contárselo me regaña, diciéndome que es una solterona de más de treinta años. Amigo Aro, yo ya no cumplo los cincuenta, para mi todos, salvo los elfos, sois chiquillos…”
Treceavo. La llaman Leyenda.
“… esa noche espero a que Moria termine su trabajo en el Talero para dirigirnos a la Leyenda. Su hermana Ofera nos mira desde la ventana con una expresión que no acabo de entender. Desde mi muy parcial punto de vista, Moria es una mujer atractiva, sin duda inteligente, y esta noche va vestida muy por encima de la réplica que soy capaz de dar, cosa que no parece importarle. En mi defensa diré que no llevo armadura, ni armas a la vista, sino un atuendo que ha tenido escaso uso de pantalones, camisa, jubón y manto negros y grises con broches de plata que, tras una sesuda reflexión Aro insistió en que comprase para ocasiones como esta.
» En la Leyenda soy asiduo entre viajes, voy tanto como me permite mi calendario y mi bolsillo, y para esta ocasión tengo reservada mi mesa preferida, cerca del círculo de las historias, pero no demasiado. Quería venir esta noche porque sabía que estaba invitado el maestre Acamio, Maestre del Ordo, al que tuve el honor de conocer a raíz de una serie de lamentables incidentes. Hasta su aparición hablo con Moria de alquimia, de hierbas y sus propiedades y de las ventajas e inconvenientes de los diferentes tipos de decocción, todos ellos temas de los que sabe bastante más que yo. Sin embargo ella parece más interesada en mis andanzas por los bosques y, con humildad, intentando atenerme a la estricta verdad y contarle cuanto puedo sin vulnerar la necesidad de confidencialidad a la que el Pacto me obliga sobre ciertos asuntos. Me doy cuenta de que su respiración se agita, y que sus pupilas se dilatan al escucharme especialmente en las partes en las que le cuento como Aro y yo salimos de situaciones complicadas a base de acero propio y sangre ajena.
» En ese momento hace su aparición Acamio y empieza una interesante narración sobre las leyendas de Symbaroum a la que tanto Moria como yo asistimos extasiados. Cuando termina, Acamio repara en mi y sonriente se sienta a nuestra mesa. Parece que Moria va a estallar de la emoción al compartir mesa con el Maestre de la Ordo, pero para mi no es la primera vez: con una mueca saco una petaca de debajo del manto y la dejo sobre la mesa, lugar donde reposa apenas unos instantes hasta que Acamio la coge y da un par de largos tragos. Con una sonrisa torcida, pregunta: “¿Veneno de gato víbora?¿En serio?” Este hombre nunca dejará de sorprenderme.
» Hablamos un rato sobre las ventajas de ciertas hierbas y compuestos para la elaboración de destilados recreativos, con los aportes de Moria sobre los diferentes métodos de cocción (sobre los que me tomo mi tiempo para tomar apuntes), y aprovecho una pausa en el debate para preguntarle sobre un poema que recitó hace unos meses, sobre el gatosombra y la bardo elfa Aineierin que escapó fácilmente de sus garras. Acamio, que tiene una memoria perfecta, lo recita para que tome nota puntual de todo, pero aún algo se me escapa. El viejo maestre, perceptivo como siempre, me invita a consultar el manuscrito original en el Capítulo, cosa que sin duda haré. Esa noche, cuando acompaño a Moria a su domicilio, me invita a subir “un momento”. La mañana siguiente, al amanecer, me escabullo con el mayor sigilo de que soy capaz, esperando que puedan reparar la cama y que ninguno de los cuadros se haya dañado demasiado cuando cayeron al suelo. Moria insiste en que tenemos que volver a vernos pronto, y yo no puedo estar más de acuerdo…”
Catorceavo. Exthar el Asombroso.
“… entrego las armaduras a Exthar en el capítulo de la Ordo. Le encuentro bien, alegre de vernos a ambos, ya que Aro me acompaña, pero me parece preocupado. Se lo hago notar en un aparte y me dice que necesita vernos fuera del Capítulo a los dos. Quedamos en vernos pronto para tomar unas jarras en el Reposo de la Costurera, si hay algún lugar seguro para nosotros en Fuertespina es ese. Aprovecho para consultar lo que me comentó Acamio. Como siempre, la ayuda de Exthar es impagable: me hace ver que el dibujo de los márgenes de la página en la que se escribe el poema es relevante. Ya lo creo que lo es, no lo había visto, ahí están las plantas de la receta, y su aparición habla tanto de cantidades como del proceso en si mismo, el dibujante no pudo ser más astuto. Hago una copia esquemática en mi cuaderno y tomo las notas adecuadas. El combate en el Abominatorio se acerca, aún debo prepararme.
» Cuando salgo me cruzo con Eufrynda, la maestre “protectora” de Exthar, que se detiene para mirarme un instante de arriba abajo con una expresión indescifrable. No me gusta esa mujer, no sé ni cómo puede andar con ese palo metido por el culo, no sé cómo Exthar lleva aguantándola tanto tiempo, además huele como olían aquellos tipos instantes antes de convertirse en abominaciones, y su sombra tiene ojos…”
Quinceavo. La otra hermana.
“… me acerco al Talero a por lo que me falta para enfrentarme al gatosombra. Espero encontrarme a Moira, pero ha salido por un par de días con su padre a por género, Ofera se ha quedado al cargo del negocio. Me pide que le acompañe un momento a la trastienda y, tras arrodillarse me explica con argumentos incontestables que me he equivocado de hermana y que estoy a tiempo de corregir la situación. En ese momento, me veo superado por los acontecimientos y acabo saliendo a la vez más relajado y más inquieto de como entré, con mi pedido aparentemente por cuenta de la casa…”
Dieciseisavo. El conejo número 13.
“… primer día en el Abominatorio. El brebaje en mis manos emite un leve resplandor purpura. Los demás aficionados y yo esperamos turno en el pasillo de acceso a la arena. Llevo una armadura pesada, la del no-muerto que vencimos en el paso de los Titanes, un escudo de torre y un martillo. También una máscara de conejo –demonio, marcado con un 13 en la frente, el número que me toca. Los demás llevan máscaras resemblando otros animales y bestias más o menos fantásticos, aparentemente es una tradición. Entra otro, en una camilla, más muerto que vivo. Es el número 12. Me toca…”
Diecisieteavo. Diario Symbaroum: Demonejo wins.
“… tenía razón, el poema era la clave, los ingredientes y proporciones correctas. Mientras mi descomunal martillo de guerra (préstamo de Bruto) impacta una, dos, tres veces en el cráneo del desorientado gatosombra, me maravillo de nuevo de la astucia del escriba y me pregunto si habrá más sorpresas escondidas en ese volumen. Tengo que hacerme con el, o con una copia exacta. Parece que me he ganado la piel de la bestia, según he leído puede curtirse para hacer una armadura realmente magnifica, ahora tengo que ver a quién encargarle esa tarea. Como bonificación adicional, Demonejo Nº13 ha entrado en los anales de la historia del Abominatorio…”
Dieciochoavo. Al fin, un combate fácil.
“… en las eliminatorias no se me ha dado mal. Estoy combatiendo con la lanza del rey muerto, es un arma magnifica y, de momento, se me está dando bien. Mi próximo combate, de cuartos de final, es con un escuálido trasgo muy sonriente que lleva una gruesa vara. Me ha deseado suerte, con una enorme sonrisa, y parecía sincero. Me cae bien, espero no hacerle mucho daño…”
Diecinueveavo. Lección de humildad.
“… Kaénaghan, el trasgo, me ha dado una paliza con su jodida vara. El dichoso palo estaba en todas partes, si hubiera llevado mis espadas hubiera podido ser diferente, pero la lanza no es lo mío. Tras un impacto limpio en la cabeza, me declaro vencido, es lo justo. El joven trasgo, siempre sonriente, me da la enhorabuena por mi aguante y velocidad. El pequeño cabrón se lo ha pasado en grande arreándome con su palo, pero no le culpo, va a ser difícil que encuentre hoy un adversario de su talla. Los ojos de Kaénaghan se van una y otra vez hacia la lanza maravillados. Me quedo a ver que tal le va, el pequeñajo llega a la final, donde cae malherido contra un tipo al que llaman Tajador. De alguna manera, no me parece una pelea limpia, algo me huele mal ahí. Me aseguro de atender al muchacho.Le dejo medio inconsciente, pero debidamente remendado y en recuperación en las manos de miembros de su clan, y quedo en visitarle en los próximos días en su poblado…”
Veinteavo. Otra lección.
“… el momento esperado, mi combate con el maestro Madrago fue como cabía esperar. Yo soy más joven, más fuerte, más rápido, y todo eso no me sirvió de absolutamente nada, si Kaénaghan me había colado un par de golpes bajo la guardia, lo que hizo Madrago fue pura poesía con su acero. A veces ni reaccionaba de la admiración que me producían sus oportunas y precisas réplicas, sus contraataques, su mesura en el alcance, en el esfuerzo. Le llevó pocos minutos acorralarme y marcar varios golpes mortales en pecho, costados y garganta. Tras una finta espectacular, simplemente enfundé mis hierros y empecé a aplaudir al anciano, con una sonrisa de puro goce, de oreja a oreja, mientras la multitud rompía en una ovación. Antes de salir, el viejo maestro me dijo “Interesante espada la suya, joven. Venga a verme un día, desayunemos juntos y hablaremos de su inexistente juego de piernas. Pero recuerde que nunca me levanto antes de las diez, es una cuestión de principios”. Sin duda eso es algo que haré…”
Veintiunavo. Pequeñas grandes personas.
«… llevo unos días sin acercarme a la Apoteca del Talero, ver a las hermanas me llena de inquietud. Tengo que tener una conversación con ambas, y pronto. Si que fui a ver al joven Kaénaghan a Karabbadokos, donde fui bien recibido por su clan. Llevé varias jarras de mi mezcal especial nº3, un aguardiente de rápida maceración aderezado con un selecto coctel de hierbas medicinales que me garantizó una rápida socialización, especialmente y para mi sorpresa entre las matronas de la familia, que se deshicieron en elogios sobre mi receta, que no dudé en compartir con ellas, tomando buena cuenta de sus oportunas y expertas sugerencias. El joven Kaénaghan estaba recuperándose bien. Aproveché para contarle una versión benigna del Rey LoPahk y el Sapo demonio, algo que deleitó y asombró por igual al clan entero. El joven trasgo me hizo entonces, con gran ceremonia, entrega de su regalo, que me pareció a la vez útil y oportuno. Se lo agradecí de corazón. Aun así, todo esto nada tuvo que ver con su reacción cuando les dije que combatí al lado de Exthar el Asombroso. Se ve que es una leyenda entre los Karabbadokos por algo que hizo en Yndaros, salvando de la esclavitud a muchos niños trasgos de su clan. ¿Cómo no sabía yo nada de esto? Un Ordo es un Ordo, me dice una de las matronas. Son buenos seres. Entre esta gente me siento en casa …”
Veintidosavo. Recuerdos dolorosos.
“… de vuelta a casa desde el poblado trasgo, recuerdo a Garratocha, y especialmente a su hermana, la chaman del clan. Fue injusto, e innecesario que murieran. Huelo la mano de una facción dentro de la Ordo, pero no sé ni cómo ni porqué. He oído de una bruja bárbara, Agdala, que dicen que habla con los muertos, pero no sé si podré pagar sus servicios, o si serán verdad los rumores. El clan nos dio la bienvenida, y de algún modo pienso que murieron por nuestra causa. Donde no queda sitio para la justicia, habrá venganza. Esas pequeñas vidas importaban y alguien las trató como nada. Si está en mi mano reclamar esa cuenta, sin duda lo haré…”
Veintitresavo. La familia.
“… en el mercado de Fuertespina, de camino a casa de vuelta de un día duro en la misión del vertedero, escucho a mi espalda esa voz nasal de niña malcriada parloteando sin sentido. Mi hermanastra Serena, nunca hubo un nombre menos adecuado para alguien, ha cruzado finalmente los Titanes, y si está ella aquí también estará Malaquent, su gemelo, la pequeña comadreja traidora nunca anda demasiado lejos de sus faldas. Me vuelvo con disimulo para verla pasar: los años la han tratado bien, quizá la hechicería la ha ayudado en eso, y no debe andar mal de fortuna ya que la escoltan dos guardias bien armados con los colores de los Van Haerden. En el norte nunca he ocultado mi nombre, Markus, nunca vi la necesidad de hacerlo, pero mi vinculación con el nombre de la familia en la que crecí, los van Haerden no lo conoce apenas nadie.
»De pronto me alegro de que en el Abominatorio me conozcan como Demonejo Nº13, no hace falta ser muy listo para sumar Markus y trocalengo, y lidiar ahora con Serena y Malaquent y sus pequeñas mezquindades es lo último que quiero en el mundo. Tengo sentimientos encontrados sobre todo esto, realmente no era mi familia, realmente no fui el primogénito de esa casa, como una y otra vez insistieron en decirme tanto ellos como padre, y madre, mientras vivió, fue lo único que me mantuvo cuerdo.
» Después de su muerte todo empeoró y decidí viajar al Norte con Aro, por entonces mi único amigo en el mundo. Supongo que la espada de la familia la llevará Malaquent, debí habérmela llevado cuando me fui, era realmente magnifica, una obra de arte de los tiempos antiguos…”
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