On the Road. Segundo.
IVO
¿Tiene algún sentido buscar una belleza? En mi caso, una belleza concreta, pero en el caso de cualquiera, cualquier belleza.
¿Dónde está? ¿Dónde radica? ¿Está en el ojo del observador? No. Lo he comprobado. ¿Está en la mente? Tampoco he encontrado evidencias.
Sin embargo le pasa a todo el mundo. Todos lo hacen. Ven la belleza y la hacen el centro de sus vidas. Les apartas de ella, y es prácticamente un fenómeno físico. Los que tienen un centro más denso, se hunden. Como una naranja sin su pulpa, pierden sus formas. Todas sus formas. Los que tienen un centro más ligero, más vano, pierden su centro de gravedad y salen girando excéntricamente, con trayectorias caprichosas. Chocan, claro, con todo aquello que el azar pone en su trayectoria dislocada, y muchas veces quedan señalados para siempre. Los giros desequilibrados, además generan desgastes irregulares en su superficie.
Autocomplaciente.
¿Que es lo positivo, la gravedad o la ligereza? El buen arte es aquel con el que puedes aturdir a un ladrón que entre en tu casa, poniéndolo en contacto con la parte de atrás de su cabeza. Pesado y fofo.
Ligero y loco.
Estoy verdaderamente saturado de esta furgoneta. Tomo nota mentalmente de alquilar un coche decente. ¿Cual era aquel magnífico carruaje que tenía Asdros? Aston Martin algo. Algo con v. Todos son con V. Bueno, el más grande que haya. Se lo dejaré bien claro al vendedor.
Supongo que no llevará una de esas asombrosas chaquetas que llevaban los que nos alquilaron las últimas furgonetas. Eran repulsivamente fascinantes. Este llevará un traje. Bueno Aston Martin hace deportivos, así que a lo mejor no lo lleva. Un blazer. Eso es. Clásico caballero deportivo americano. Mocasines Sebago, o Allen Edmunds. Franela o dril oscuro, corbata de club, y blazer verde y camisa softl roll de Brooks Brothers. Eso es. Un poco de normalidad, al fin. Tendré que estar a la altura. Corresponder a ese esfuerzo por dar la imagen adecuada.
¿Por qué tiene que hacer siempre tanto ruido? Yo habría podido hacerlo sin más ruido que el de un pensamiento.
¿Qué estará haciendo, de todas maneras? Siempre se entretiene.
No se que sigue haciendo allí. Al menos, yo he encontrado dos casos nuevos. Uno se ha muerto. Otro no ha hecho el menor caso. Hundirse, girar salvajemente. Morir, ignorar. Parecen títulos de canciones de los 80. De hecho The Smiths tienen una que se titula Oscilate Wildly. The Cure deben tener 38 o 40 con drown o sink en el título. Morir y quedarse indiferente son más grunge. Oscilate Wildly me gustaba. Una instrumental. Un pianillo insistente y tenso, esa guitarra luminosa y arrolladora. Un grupo de chicas en la portada. Algunas se hundirían, otras perderían el rumbo. No creo que ninguna fuera a morirse, la verdad. Ignorarle, tampoco.
Morirse. Le he sorprendido prácticamente en trance. En acto de máximo disfrute de la belleza que su mente le permitía concebir. Lo leyó en sus ojos. En la luz de sus ojos. Ya no leo los ojos. Eso ha quedado atrás. No valía. No dio ningún resultado. Cuando entré en la sala, fue demasiado para él. Su esquema de valores era demasiado viejo y rígido como para adaptarse a la nueva belleza descubierta, y se rompió. Sus ojos lo dijeron a gritos. Un chispazo de revelación y olvido a lo anterior, y de rendición a lo nuevo. Su cuerpo no pudo seguirle, y se rompió. Interesante reacción, pero una anécdota.
Sus ojos se congelaron en ese momento. Nunca había pasado antes. Quizá debería recuperarlos y probar. No eso no funcionó. La otra era más rara. Yo creo que no me vio. Nadie escapa, nadie es insensible. Solo ciertos congéneres, y tras mucho esfuerzo. Ella no lo es. Debió caer. No lo hizo. Debería examinarla.
¿Qué hace este demente? ¿Por qué tira de mí? ¿Eh? Vaya, ha vuelto a hacerlo. Otra hoguera. No se que les ve, la verdad. A lo mejor cuando has estado dentro de una les coges aprecio. No eso no es, yo puedo estar dentro de una cuando quiera y no tiene nada de especial.
Este asiento es incomodísimo. Tendría que alquilar un coche decente. Si, al hombre del blazer. Dios mío, si ahora viera uno de esos blazers verdes o azules con sus botones dorados en alguien que no fuera yo mismo me echaría a llorar. Sucísima además. Tendré que esconder a este. Le dejaré estar, al vendedor. No haré nada que no sea estrictamente necesario para alquilar el coche. No necesito nada de él, salvo que me alquile el coche. Y su presencia.
¿Por qué, que hago? Solo intento comprender. Aprender en cabeza ajena. O en corazón ajeno. Es muy difícil. Me costó mucho llegar a la vía empírica. Recuerdo cuando empecé a buscar ejemplares. Me dolieron los ojos. No recordaba el dolor físico. Ese malestar, como una tensión y una torsión en las pupilas. Llevaba semanas sin enfocar la vista.
Sigue sin haber nada a lo que mirar, pero hago un esfuerzo, para cuando surja. Todos hacen lo mismo. Se hunden los que tienen un núcleo sólido, los vanos se pierden. Según Ian, yo estoy en el primer grupo y en el segundo. Sigo estando al margen de los resultados del ensayo. Tampoco he muerto. No puedo ignorarlo. Estoy solo en esto.
Todos terminan igual, todos empiezan igual. Con un chispazo en la pupila. Eso me gusta. El resto, puedo pasar. Las voces temblonas. Las manos ansiosas. Ni un recuerdo.
Es lógico. Les muestro algo que siempre han anhelado. Ese rostro que no se puede imaginar. Se puede ver una belleza extraordinaria, y conformarse. Darla por buena. Pero si se intenta dar forma a la belleza verdadera, la que llena el alma, la que satisface el instante y llena el futuro, no se puede. ¿Es cada línea inmejorable? ¿Cada color? ¿Cada relieve? Yo la he visto. La he visto. A mi lado.
A ellos les muestro algo que, para su limitada experiencia, es la belleza. Y siempre con el chispazo en la pupila siempre los ojos.
Veo ese ojo. Un gran ojo. El ojo puro. Un ojo conceptual. Sin cejas, sin pestañas, sin párpados. Me mira con la fijeza de un ojo ideal, con los matices de expresión habituales eliminados por la falta de otros rasgos anatómicos. Me imagino el tercer ojo de Kundalini, me imagino un triángulo luminoso alrededor. La mirada es la verdad. Solo mirada. La pupila me enfoca. Es perfecto. Enfocar la vista. El otro ojo lo estropea. Más pequeño, más feo y con párpados, pestañas y cejas furiosas. No le encuentro significado. Se acompaña de sonidos.
Es Ian. Parece estar diciendo algo.
…¡el hombre solo estaba intentando hacer su trabajo!! Ni siquiera vio tu brazo moverse. Le vi envolver lo que quedaba de su cara en una toalla y salir arrastrándose hacia su coche. ¡¡Y las chicas!! No se para que montas estos cirios, si luego ¡apenas las miras! Aunque, claro, eso es mejor que lo que hacías antes!! Claro, el señor Ivo es inescrutable en sus designios!! Joder, he tenido que quemar mas edificios en el último mes…
Ah, eso. Lo de siempre. Tiros e incendios. Le he dejado por imposible.
Enfocar la vista.
¿Eh? ¡Ah! El sol.
A ver si hoy podemos cambiar esta carreta pestilente por un vehículo en condiciones. Será tan agradable pisar una moqueta sin manchas y ver una corbata anudada con clase. Seguro que llegaremos a un acuerdo rápidamente, aunque creo que me demoraré horas allí. Ian se opondrá. Tendré que esconderle bien. No puede entrar. No puedo hacerle eso a ese hermoso vendedor. Hermosa gente. Intento recompensarles otorgándoles ese incomprensible bien que hacen inconscientemente a sus semejantes siendo bellos, multiplicado infinitamente. Les revelo una belleza en la que no pueden siquiera pensar. Una revelación, así se comportan. Se ve en sus ojos. Siempre.
Siempre puedo producir en ellos algo que yo he perdido para siempre. Si se lo he dado, puedo quitárselo. Eso está mal. No funcionó. No se por que. Mi mano del espíritu funciona tan bien como siempre. Ellos lo tenían. En sus ojos. Y yo no puede recuperarlo. Fue lo único que intenté. Recuperar aquella sensación. Ellos la tenían. No era suya, era mía. Debía retomarla.
Necesitaba volver a tenerla. Yo elegí como dársela, yo podía elegir como recuperarla.
No funcionó. Pensé que era culpa mía. Me concentré, vaya que si lo intenté.
Aumenté mis dones de manera mágica. Estaba en la cúspide de mi potencial. No funcionó. Los tocaba y no volvía. En ninguno. Hice docenas de intentos. Los llevé conmigo a todas partes. Invocaba la mano del espíritu hasta caer exhausto, Y no volvía. No podía recuperarlo. Aunque estaba en sus ojos. Y era mío.
No funcionó. No puedo recuperarlo. Hundirse o perderse. O las dos. Morirse o ignorarlo. O ninguna de las dos. Ninguna pista. Ningún ejemplo. No puedo sentir lo que los demás sienten. No veo a nadie que haga algo que me sirva.
El sol otra vez.
Olvidarlo. El frenesí. No cambias, solo te haces más y más tu mismo. No les negaba el regalo, de todas formas. Creo que también les advertía de las consecuencias de venir a mi casa. Venían siempre. El chispazo en sus pupilas, la aceptación instantánea. Muchos conservaban esa luz hasta el último latido. Pero el frenesí intensifica tu comportamiento más atávico, está en tu cerebelo, en tu bulbo raquídeo. Pues allí llevo mi ausencia, por que en la locura más salvaje mi dolor era el más violento.
Dionisiaco. Pero el Dios era yo. Eran ellos los que se trasfiguraban, y yo el que recibía las ofrendas. No me complacían. Ellos morían gustosos pero yo seguía anhelando.
Es intransferible, insustituible, inexpresable, inaprensible. La experiencia de la belleza. Ya lo sabía. La belleza absoluta es absolutamente inaprensible, intransferible, insustituible.
Búsqueda. Olvido. Fracaso.
Enfocar la vista. Vi mi propio rostro reflejado en algo. Estaba hecho un asco. Pasé un dedo incrédulo por mi cara. Cubierto de polvo, mugre. Si no hubiera sido imposible, mi piel rezumaría grasa y cerumen. En el hotel, el portero no me dejaba entrar. No le culpo ahora, aunque entonces no se salvó. Cuando cayó vi mi imagen completa en la puerta acristalada. Mis ropas, sucias y en mal estado, mi camisa y chaqueta, encostradas de sangre reseca. Necesitaba cambiarme.
Dentro, no lo entendían. Querían impedir que entrara. Obstaculizaban mi búsqueda. En un instante, solo recuerdo a uno que me hablaba. No entendí por que, pero me llevó a una suite y me consiguió ropa de las tiendas. En el espejo del baño vi mis ropas más sucias y revueltas. El bolsillo de mi chaqueta goteaba sangre. Vacié su contenido en el retrete. Tiré la chaqueta. Cuando salí, todo estaba en silencio. Comencé a buscar.
Olvidar. Entré el el boudoir. Elegí a las más salvajes. Salimos en coche. Entramos en el bar. Los peores respondieron a la llamada. Uno recogía la sangre en vasos de pinta a distintas alturas, e intentaba reproducir una melodía insana con ellos como instrumento. Nadie le ayudaba. Todos contribuíamos a vaciar los vasos bebiendo el líquido, que luego escupíamos en la boca de otro. Algunos exhibían dentelladas de animales que no estaban en la habitación, sin reconocer que eran mías. El que se estaba haciendo un collar de pezones intentó matarme, seguido por algunos de los que habían donado material. Al ver la hoguera, otros se arrojaron a ella para mitigar el dolor de sus sexos descarnados y desollados por la fricción. El fuego se extendió. Los corazones de los gemelos mulatos siguieron latiendo un rato dentro del vientre de la albina, hasta que todo ardió. Nunca he olvidado.
Solo queda huir. Con Ian. El llegará a alguna parte. Yo no. No encontrar. ¿No buscar?
Otra vez el sol.
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