el-nano-02-oscuridad-estigia

LA SAGA DE DORIMEDONTE TEODOSIO «EL NANO», VILLANOS LE MATEN por El Chache. Volumen II: Oscuridad Estigia

Eran las 6 de la madrugada. Las tinieblas envolvían las sombras oscureciéndolas tanto que parecía de noche. Era de noche. En el pueblo, el gallo cantó a la mañana. El jodido gallo siempre cantaba a las 6 de la noche, pero los habitantes del pueblo eran unos incultos y le hacían caso. El índice de muertes por agotamiento era enorme.

La taberna del pueblo se llamaba «El carnero blanco» y, como siempre, había muchas sillas y mesas. La cerveza corría alegremente ( el tabernero nunca se acordaba de reparar el agujero del tonel ), los clientes se desmembraban unos a otros, contaban chistes verdes o apuntaban muchas «I» en un papel en blanco. Sólo una mesa estaba tranquila. En ella se encontraba un hombre musculoso y calvo que carecía por completo de vello corporal: era Giman, el héroe, que se cortaba las uñas con un hacha de doble filo. En ese momento, un siniestro encapuchado se sentó en su mesa.

– Podría haber cogido una silla – dijo Giman, el cual se sintió deprimido.

– Eh… sí – el hombre se bajó de la mesa y se sentó en una silla. – ¿Me puedo sentar?

– Ya lo ha hecho – dijo Giman, el cual se sintió molesto.

– He oído que sois vos un aventurero.

– Eso he oído yo también – dijo Giman, el cual se sintió desplazado.

– Vengo a proponerle un negocio.

– Vaya al grano – dijo Giman, el cual se sintió desgraciado.

– ¿Perdón?

– ¿Eh? – gimió Giman, el cual se sintió desorientado.

– Me ha dicho que me vaya al grano.

– Eh… sí, eso he dicho – dijo Giman, el cual se sintió desolado.

– Me parece una grosería por su parte, caballero.

– Quizá lo fuera – respondió Giman, el cual se sintió avergonzado.

– Ni siquiera sé dónde está ese sitio – contestó el sombrío personaje, y echó a llorar.

Conmovido, Giman le abrió la cabeza de un certero golpe de su hacha de guerra, para después intentar suicidarse arrojándose desde un 5º piso. Mientras el héroe caía, el siniestro personaje era recogido distraídamente por el tabernero y tirado a un cubo de la basura. Su familia no sabría nunca nada más de él. Uno de sus hijos, el más mayor, continuaría la búsqueda que inició su padre para conseguir gente para montar una pescadería. Y cuentan que al final lo encontró: un apuesto y eficiente joven que dispensaba trato amable a la clientela y era sagaz en las cuentas. Lamentablemente, pronto debería emprender de nuevo su búsqueda, pues el apuesto joven, en un ataque de hambre voraz, se asfixió al intentar tragarse todo el género. Pero esa es otra historia que ahora no viene a cuento.

Dorimedonte Teodosio «el Nano», villanos le maten, encontró a Giman tirado en el suelo. Junto a él se encontraba Bárbara la bárbara, que tenía aspecto de bárbara. Por eso se llamaba Bárbara. Cuando nació le dijeron a su padre «ha tenido usted una bárbara» y él pensó que es que tenía que llamarse así. Con el paso del tiempo, el padre de Bárbara comprendió por qué los barbos nadan río arriba, pero eso le traía sin cuidado a la niña. Ella quería luchar. Todos los días le daban una escoba para que barriese, pero ella la usaba para perfeccionar su entrenamiento marcial. En el pueblo cambiaban de cartero 8 veces al mes. Como resultado del afán de Bárbara por la lucha, la casa de su familia daba asco verla, y no recibían visitas, porque éstas eran aprovechadas por la pequeña como contrincantes y ya no se atrevían a venir. Toda la familia se lamentó de esa situación que había acabado con su vida social y les obligaba a vivir como eremitas. Ante las quejas que recibía, el padre de Bárbara tomó una determinación, y se fue a estudiar a los barbos en su elemento. Por su parte, Bárbara decidió recorrer el mundo en busca de aventuras, llevándose consigo su escoba, la única arma en la que estaba entrenada. Cierta vez se encontró con Dorimedonte Teodosio «el Nano», villanos le maten, y le corrió a escobazos, pero luego le cayó simpático y se fue con él de aventuras.

Allí estaban, pues, al lado de Giman, el cual gemía sin hacer nada, pues era un vago.

– Este es Giman, mi compañero de aventuras – dijo Dorimedonte Teodosio «el Nano», villanos le maten, a su amiga.

– Aaaaarrrrg breeeefffsss grrouurrekk – dijo Bárbara.

– ¡Pues deberías hacer algo! – dijo el Nano, y Bárbara empezó a patearle el ombligo.

– ¿Está buena? – preguntó alguien acerca de Bárbara.

– 236 x 512:98.02 = 1232.728 – dijo Sancho Ensanchado, el escudero del Nano.

– ¡Hiiiiihaaaaaa! – dijo Abanderado, el asno de Sancho.

Lentamente, Giman se levantó. Más tarde se despertó. Vio al Nano retorciéndose de dolor en el suelo por las patadas que le propinó Bárbara y aprovechó para patearle por todo el cuerpo.

Gggrouuuupfss snaks buaaarrgfs gr – dijo Bárbara.

– ¿Te gustan las natillas? – preguntó Giman, que era un seductor nato.

Bárbara asintió, así que se fueron juntos a la taberna, cogiditos de la mano, dejando ahí tirado a Dorimedonte Teodosio «el Nano», villanos le maten, retorciéndose de dolor por las dos palizas propinadas, momento que aprovecharon unos rufianes para robarle todo lo que llevaba encima. Dentro de la taberna, nuestros jirous ( heros ) se encontraron al Guerrero del Antifax, enemigo del mal, de la injusticia y de los transmisores de imagen digitalizada por vía telefónica. Estaba hablando con Coñan, el bárbaro, llamado así por que su nombre empieza por C ( en su tierra son algo incultos ). Tenían un pergamino sobre la mesa, e intentaban descifrarlo.Añadir Anotación

– Quizá lo entenderíais si le dierais la vuelta y pusierais la cara escrita hacia arriba – dio Giman. Coñan y el Guerrero del Antifax se dieron la vuelta y quedaron muy feos.

– ¡Giman! ¡Pedazo de mamón! ¡Cuánto tiempo sin verte! – dijo Coñan, y echó a llorar.

– ¿Quién es la dama que te acompaña? – preguntó el Guerrero del Antifax.

– No tengo ni zorra, pero está muy buena – respondió Giman.

– Grrouppfsss jjaaaaksss eerfffggg – dijo Bárbara, y Giman gimió.

– Bueno ( sob ) el caso es que ( snifsl ) ahora se puede leer el pergamino – sollozó Coñan, que ya había seguido el consejo de Giman.

En ese momento entró Dorimedonte Teodosio «el Nano», villanos le maten. Aún le dolía todo el cuerpo, le habían dejado sin un duro y los pájaros se le habían cagado encima, pero era feliz. Si algo tenía este chico era optimismo.

– Ficos, ¿fabeis cuándo darda en dreced uda deftafura duefa? – preguntó.

– Pues no, no lo sabemos – respondieron como un solo hombre.

– Poco, según tengo entendido – respondió el sacudido.

– ¡Chicos, esto es el plano de un tesoro! – gritó Coñan apuntando al pergamino, el cual se rindió.

Los héroes se abalanzaron sobre la mesa para inspeccionar el mapa. Y el resto de la posada también. En seguida se desató la pelea. Giman luchó encarnizadamente con su espada enfundada. Aquello se debía a que la funda había encogido con las últimas lluvias y ahora no había manera de sacar la espada de su interior. Coñan, por su parte, empezó a demostrar su pericia con la espada haciendo hábiles malabarismos con ella, pero como no parecía que fuera a luchar, nadie le hizo mucho caso. Bárbara se lió a escobazos con la peña. Dorimedonte Teodosio «el Nano», villanos le maten, no tardó en encontrarse sirviendo de alfombra a todos los combatientes de la sala. El Guerrero del Antifax sacó su hacha a dos manos y con un salvaje grito de furia, se puso a talar un árbol.

Al poco rato acabó la pelea. Bárbara barría los enemigos que había vencido. Giman consiguió desenfundar su espada. Coñan se hernió los brazos. El Nano…

– ¡Hemos vencido! – gritó Giman alzando triunfante su espada y clavándola en el techo de la taberna.

– Mis brazos… – gimió Coñan mientras Giman trataba de desclavar su espada del techo.

– ¿Desean algo más los señores? – preguntó servicial el posadero mientras echaba los cadáveres en la despensa, con vistas a hallarles alguna utilidad en el futuro. Como eran extras, nadie se lamentó por su muerte.

– El fotiquín, for fafor – dijo Dorimedonte Teodosio «el Nano», villanos le maten.

– ¡Árbol vaaa! – gritó el Guerrero del Antifax desde el exterior momentos antes de que la taberna fuera aplastada por un gran abeto.

Oscura atardeció la mañana, pero eso no parecía importarle mucho a nuestros héroes, que seguían dormidos. Sobre las 12 de la mañana decidieron despertarse y ponerse en camino hacia… ¿hacia dónde?, pensaba Coñan. Después de todo el ajetreo se olvidó de mirar el pergamino. Se puso en pie. Allí estaba Giman depilándose los sobacos sin prestarle al mundo más atención que a sus pelillos. A pesar de todo, debía contárselo.

– Giman – dijo Coñan a Giman clavando en su pupila su pupila azul.

– Qué – respondió Giman a Coñan clavando en su vientre su daga marrón.

– ¡Aaaaiigfsl! – esputó Coñan ante el frío acero.

Después de que el Nano le cosiera las tripas a Coñan le dieron un puntapié y siguieron viaje. Bárbara barría las huellas que dejaban hasta borrarlas. No sabía por qué, pero todo el mundo lo hacía en estos casos. Tardaron en darse cuenta de que habían pasado del desierto a la jungla. Y esa jungla era muy peligrosa. Era el territorio de los Parjolillos. Los Parjolillos eran una raza mitad hombre mitad rana. No eran muy listos, pero sí feroces. Y tenían unas ancas deliciosas. El reloj dio la una. Nuestros héroes estaban ojo avizor.

– ¡Nos van a matar! ¡A todos! – dijo el Nano.

– Sen67 x Cos32 + ( Tg87 ) 4 = 132562.15 – dijo Sancho Ensanchado.

– ¡No tenemos salvación! – Voceó Giman.

– Grourf gñack sfloooosh – dijo Bárbara.

En ese momento atacaron los Parjolillos. Eran muchos. Muchísimos. Demasiados. Tantos, que si pudieseis contar con los dedos hasta 5000 veces por segundo, vuestra manicura se volvería loca. Pronto, donde antes estaban los héroes, ahora había una montaña de alegres Parjolillos vociferantes. Atados a gruesos palos, nuestros jirous eran transportados hasta un poblado. Como toda la tribu había salido de caza, al volver encontraron la aldea vacía. Creyendo que estaba abandonada se fueron a buscar la suya. Como todas las que encontraron no tenían un alma, al final la selva se llenó de Parjolillos perdidos y aldeas abandonadas. Al no tener donde cocinarlos, los Parjolillos soltaron a nuestros muchachos y se volvieron vegetarianos. De este modo, se convirtieron en una tribu nómada. Y cuentan que en sus vagabundeos los Parjolillos se encontraron con un anciano muy sabio que les enseñó física atómica, pero esa es otra historia y ahora no voy a explicarla.

Nuestros héroes abandonaron la selva, junto con un Parjolillo que se les unió y que respondía al nombre de Boing Bum Tchack. También respondía cuando le llamaban.

– ¡Quiero correr aventuras con vosotros! ¡Ribit! – dijo Boing Bum Tchack.

– Te advertimos que es muy peligroso – dijo el Nano chupándose la rabadilla.

– Brouungggssrruuuuaaarrggsss – todos creyeron que era Bárbara, pero en realidad fue el Guerrero del Antifax, que se estaba tragando una piedra.

– Además, todavía no nos has dicho qué sabes hacer. Dijo Giman, que todavía no había hablado.

En ese momento, Coñan decidió decirles que aún no había leído el pergamino. Pero no bien había abierto la boca cuando unos domingueros se apearon de su Porsche y les mantearon a todos durante 32 horas. Otra vez, Coñan guardó silencio.

Cabalgaban plácidamente por una tundra repleta de árboles, cuando al cruzar un río por su respectivo puente, Bárbara creyó ver a su padre nadando tras un banco de barbos, pero no le prestó mucha atención. Boing Bum Tchack, a pesar de lo ocurrido, seguía ansioso de aventuras, y les contó a our jirous que él era un poderoso mago con poderes extraordinarios, aunque no sabía para qué servían. Una vez cruzaron el puente, se toparon con cerca de 78 bandoleros con aviesas intenciones. Sin pensárselo dos veces les rodearon. Fueron estrechando el círculo cada vez más, impidiéndoles escapar, hasta que los 78 acabaron por rendirse. Las gentes del pueblo cercano les vitorearon cuando entregaron a los criminales a la justicia.

– ¡Loor y gloria a los extranjeros!

– ¡Viva! ¡Viva! ¡Viva! ¡Viva!

– ¡Larga vida a los que nos han librado de esos criminales!

– ¡Linchémosles!

– ¡Eso!

¡Ah! Cuan baja es la caída de los ídolos de las masas cuando éstas deciden que ya han estado demasiado tiempo en la cumbre. Así fue como nuestros héroes acabaron crucificados a la salida del pueblo. Por haberles librado de los bandidos les ataron a las cruces en lugar de clavarles, gracias a la intervención de un hombre santo, que se apiadó de ellos y convenció a la muchedumbre de que les tratasen con misericordia. Y cuentan que al irse del pueblo, aquel hombre dirigió a los héroes una mirada cargada de piedad, para luego partir hacia lugares remotos, en los que luego se haría famoso como un sanguinario bucanero. Pero eso es otra historia, y no voy a decir nada más del asunto. Por los comentarios que oían por las calles, nuestros héroes pensaron que probablemente los aldeanos cambiasen de opinión rápidamente respecto a dicho trato piadoso. Pero tal tragedia no llegó a ocurrir, pues en ese momento llegaron unos domingueros en un Porsche que les mantearon durante 186 horas con cruces y todo. Para cuando terminaron, ambos, cruces y héroes, estaban hechos polvo, pero en cuanto se recuperaron un poco, escaparon.

– ¡Qué desagradecida es la gente! – dijo Boing Bum Tchack lamiéndose un ojo.

– Ya te dije que correríamos riesgos – dijo el Nano mientras Coñan estrangulaba a su caballo. Tuvieron que retrasar la marcha, ya que Coñan tenía que ir a pie. De repente, un inmenso troll se les cruzó en el camino. Tenía cara de mala uva, pero el cuerpo era de hombre fornido y enorme.

– ¿Qué hacéis por este camino? – preguntó el troll con su cara de uva podrida.

– Caminar – respondió el Guerrero del Antifax. La abrumadora lógica de la respuesta confundió tanto al troll que se exprimió el cerebro pensando, y claro, murió.

Al llegar la tarde caminaban por un bosquecillo idílico y hermoso. El suave y melodioso trino de los alegres pajarillos era rápidamente acallado por las saetas de nuestros héroes, que amaban el silencio. Llegó la noche. Llegó el día. El Parjolillo se despertó y vio a Giman de guardia, que estaba depilándosela. Se acercó a él y le dijo:

– Qué bien se está aquí ¿verdad?

– Sí – respondió Giman, que era hombre de pocas palabras.

– ¿Está buena? – preguntó alguien acerca de Bárbara.

Coñan se despertó sobresaltado. Tenía que decirles, ahora o nunca, que aún no había podido leer dónde estaba el tesoro. Se levantó y les dijo a sus amigos que le mirasen. Estos lo hicieron con tanta atención, que Coñan sintió vergüenza y no pudo decirles nada. Por molestarles por nada, sus compañeros le dieron patadas en el páncreas hasta la inconsciencia. A él y a Dorimedonte Teodosio «el Nano», villanos le maten. Aprovechando que estaban totalmente absorbidos por el linchamiento, unos rufianes les robaron los caballos. Solos y choriceados, siguieron el camino a pie. Al mediodía siguiente, se toparon en el bosque con una horda de orcos.

– ¡Moriremos luchando! – gritó el Guerrero del Antifax.

– ¡No! ¡No quiero morir! – gritó el Nano.

– ¡Grrooaaaapppffss! – gritó Bárbara.

Así comenzó la cruenta lucha entre orcos, humanos y Parjolillo. Coñan hacía gráciles malabarismos con la espada, pero los orcos pasaban de él. Bárbara se lió a escobazos con el jefe, el cual huía en todas direcciones incapaz de ver de dónde le llovían los golpes. Giman lanzaba piedras a sus enemigos, pues no pudo desclavar su espada del techo de la posada. A Dorimedonte Teodosio «el Nano», villanos le maten, le estaban corriendo a gorrazos un par de orcos. Como dichos gorros eran cascos de acero, le estaban dejando que daba gloria verle. Sancho Ensanchado miraba divertido la escena. Por último, Boing Bum Tchack lanzaba sortilegios a diestro y siniestro. Es el último porque el primer conjuro lo lanzó contra el Guerrero del Antifax, para entrar en calor.

Cuando acabó la batalla, el jefe orco tenía el cráneo hundido dentro del torso, Coñan tenía los brazos destrozados, 5 orcos estaban enterrados bajo una lluvia de piedras y el resto estaban flotando, convertidos en babosas refulgentes o se encontraban resolviendo ecuaciones atómicas, gracias a los hechizos de Boing Bum Tchack. Precisamente por un conjuro del Parjolillo, el Guerrero del Antifax se pasó la batalla pastando alegremente en un prado cercano, mientras a cada bocado intercalaba sonetos de Shakespeare en lengua Watussi.

See the stone set in your eyes.

See the thorn twist in your side.

I wait… for you.

Sleight of hand and twist of fate.

On a bed of nails she makes me wait.

And I wait… without you.

With or without you.

With or without youuuuu.

Por fin abandonaron el bosque, por ser la primera cosa, y llegaron a la entrada de una cueva. Coñan no pudo aguantar mas.

– ¡Lo siento, pero no he leído todavía a dónde tenemos que ir! – dijo.

– Bueno, pues leámoslo ahora – dijo el Guerrero del Antifax. – ¿Dónde está el pergamino?

– Me lo he comido – dijo Giman.

– Glooourfleeeeshaaaaa – dijo Bárbara.

– ¿Y qué más da, si ya hemos llegado? – dijo el Nano, y le pegaron. Nunca fuera caballero de damas tan mal servido.

El caso es que ya habían llegado a la cueva del tesoro, así que entraron. El interior estaba iluminado por antorchas. La bóveda de la cueva era tan hermosa, que nuestros héroes cayeron por un precipicio por mirar hacia arriba. Al final les esperaba el tesoro. Y el dragón que lo custodiaba.

– Sabed, mortales, que os encontráis en la morada del terrible dragón Pinbiribón, de la que nunca ha salido nadie con vida – dijo el dragón con un tono de voz que helaba la sangre.

– ¿Y dónde está ese lagarto, si puede saberse? – preguntó el Guerrero del Antifax.

– ¡Soy yo! – rugió Pinbiribón, con tal furia, que se les derrumbó la cueva encima.

FIN.

Share:
Written by Dovesan
Y a veces, cuando caes, vuelas.