Camino de Fuego Tepel Tierras Quebradas

Camino De Fuego. Relato De Una Búsqueda En Las Tierras Quebradas

Se cierra con esta tercera entrega este relato del Camino de Akileo, esta búsqueda del sentido de tanta batalla, esa búsqueda del equilibrio y el orden dentro de una fe al Caos.

Akileo y Chan son dos personajes del juego de Rol Tierras Quebradas, creado por Carlos Ferrer.

Junto a los rescoldos del fuego, Chan roncaba suavemente. Aun les quedaban provisiones, y pronto llegarían a zonas más verdes, con lo que muy probablemente podrían cazar o pescar su comida. En una semana llegarían a las aldeas de pescadores de la costa, y desde ahí, un pasaje a Puerto Blanco. Había oído que la Arena de esa ciudad era una de las maravillas del mundo. Quizá pudiera combatir en alguno de los oficios…

La hoguera chisporroteó, y Chan se agitó en sueños. Akileo hecho otro tronco y el fuego se reavivó. 

Gracias – dijeron las llamas – Me estaba quedando sin fuerza.

-De nada – contestó Akileo, antes de ser consciente de lo que estaba haciendo. La hoguera crepitó, casi como una risa, y el guerrero acercó la mano discretamente a la empuñadura de su espada de doble puño, nunca demasiado lejos.

Llevo tiempo observándote – dijo la voz del fuego – eres muy popular. Yo veo muchas cosas, aquí y allá, pero es poco a lo que le presto atención. Hay, ya sabes …

-Reglas – dijo Akileo

Reglas –  concedió la llama. – Te vi cuando hablaste con el gigantón acorazado, desde la pira de cuerpos que tan gentilmente me entregaste. Te alegrará saber que sus espíritus siguen quemándose en mis dominios. Mi hermana no se ha molestado en reclamarlos, los nuestros no suelen recompensar el fracaso. Supongo que lo acabará haciendo. Algún día. Es posible. Si se acuerda. Mientras tanto, siguen allí, en esa pira, ardiendo. ¿Qué estaba diciendo?

-Me has estado vigilando – dijo Akileo.

Y como no hacerlo, guapetón – dijo la hoguera, con sorna – te encanta pegarle fuego a las cosas: cada hoguera, cada llama es una puerta o una ventana a mi reino, cada cosa reducida a ceniza pasa a ser de mi dominio. Me mandas muchos regalos, últimamente, y tu llama es especialmente especiada. ¿Quizá por esa parte de dragón que le pones a la mezcla, mmmm…?

-Tepel – dijo Akileo –  eres Tepel. O una de sus sirvientes. Siempre he visto a Tepel representado como a un hombre. 

Camino de Fuego Tepel Tierras Quebradas

De la llama creció un metro en el aire, y ondulo hasta crear la imagen de una mujer vestida con los velos de una bailarina de las tribus del sur, que lentamente evolucionaba al ritmo como si obedeciera los dictados de una música lejana.

Entonces has visto poco – dijo la pequeña mujer de fuego con un mohín – Por su temperamento, en muchos sitios se me considera una dama fogosa y temperamental. Pero basta de esto, chico guapo. Tenemos negocios que atender esta noche.

Akileo negó lentamente.

-Me temo que, aunque quiera – dijo – no me queda nada que ofrecerte. Mi espíritu está consagrado a otros dioses y potencias, mi señora.

La bailarina de llamas rió.

Oh, se mucho de eso – dijo con una sonrisita picara – yo misma he puesto en marcha algunas cosas. Los de mi clase hablamos, ¿sabes? Incluso los que no se soportan deben acudir a los conclaves para determinar esto y aquello. El caso es que hablé con uno de tu dilema, aunque es cierto que ya te había echado el ojo encima y solo tuve que echarle un poco de leña al … fuego. Algo muy mío, todo hay que decirlo.

-Hablaste con Mashak – dijo Akileo.

Hice más que hablar, querido – dijo la mujer de llamas, suspirando – esas reuniones pueden ser tediosas. Lo que sea por hacerlas interesantes. Aunque no se me quitó la peste a lagarto en días. Pero es interesante lo que una lengua como esa puede hacer. Y no olvidemos el cetro. 

-Ejem – tosió Akileo, quitándose el yelmo, de repente tenía calor – Entonces entiendo que su oferta fue en parte tu recomendación. Pero eso no cambia nada. Los pactos han sido sellados, no tengo nada que darte.

Una ráfaga de viento se llevó un puñado de cenizas a los pies de Akileo. Este sintió como estas experimentaban el proceso contrario a arder y se iban concretando en un largo y enrevesado pergamino, escrito en la lengua de los dragones. Al final, su propia firma, con su nombre real, y la rúbrica de Samath. Lo recordaba bien. Por este pacto había obtenido su inmunidad al daño por fuego, desde entonces podía entrar en una casa en llamas, dormir sobre una hoguera, coger una espada al rojo o intimar con una salamandra de llamas si quería.

Muy práctico para un hechicero al que le gustaba quemar cosas, como era su caso.

Había un anexo abajo que no estaba antes, por el cual Samath le cedía a Tepel ese fragmento de su alma a cambio de “algo perdido más allá de toda memoria”. La rúbrica de Samath parecía escrita con alquitrán, y la elegante caligrafía de Tepel resplandecía como si se hubiera grabado con un punzón al rojo sobre metal y no acabara nunca de enfriarse. Faltaba en un espacio su propia firma.

-Samath, ese viejo libertino – dijo la bailarina – quería algo que había ardido en el principio del tiempo. Todo lo que se convierte en ceniza es mi dominio. Algunos sabios postulan que al final del tiempo poseeré toda la creación, pero otros dicen otras cosas. Solo Sador lo sabe, el estará allí para cerrar la puerta por fuera. El caso es que Samath ya me había hecho alusiones, indirectas, ruegos, amenazas … Y recientemente me ofreció una compensación desmedida en el que no me costó incluir este detalle.

-Pero falta mi firma – dijo Akileo, señalando el espacio en blanco en el anexo.

La mujer de fuego hizo un mohín.

Una formalidad – dijo – Tu espíritu no puede cambiar de manos sin tu consentimiento. Hay, ya sabes, reglas. Para ti, todo son ventajas: Samath es un moscardón aburrido que solo se preocupa de sus secretos, yo tengo mucho que ofrecerte, y además el viejo zumbón te deberá un favor, ya que, si no firmas, no hay trato.

-¿Y que es lo que tienes que ofrecerme? – dijo Akileo – Samath ya me dio el poder. ¿Qué más puedes darme tu?

El fuego rió, la bailarina danzó unos segundos desenfrenadamente, para luego volver a retomar el lento oscilar.

Equilibrio – dijo, con voz severa – pocos hay que sepan del equilibrio como yo: cuando lo pierdo, pasan cosas. Demasiado de mi, o demasiado poco, y todo muere. Soy el calor, y la luz. Mi presencia da vida, y la arrebata. Mi ausencia da vida, y la arrebata. Acéptame con una parte de tu alma, esa en la que vive la parte de dragón en ti y que arde con un fuego que no deja de crecer, y yo te enseñaré de equilibrio, pero también de como pegarle fuego al mundo.

Akileo asintió lentamente. 

-No tengo pluma con la que firmar esto – dijo Akileo, pensativo – Recuerdo que Chan en alguno de sus macutos tiene útiles de escritura, siempre está tomando notas, para sus memorias dice.

La dama de fuego creció, hasta ser más alta que el propio guerrero. Akileo pudo percibirla en detalle, sus sentidos no se quedaban deslumbrados por las llamas, su piel percibía el calor, pero no lo acusaba.

Lo haremos a la antigua, precioso muchacho – dijo la mujer de fuego, con ademán invitador – deja tus armas y tu armadura ahí, y entra en la llama, en todos los sentidos. Tus lecciones empiezan ahora, algunas las encontrarás … ah … de tu gusto. Y sin la menor duda, del mío.


Con la hoguera extinta, Chan se despertó con el cielo en lo alto sin que Akileo le hubiera avisado para el cambio de guardia. Algo inusual, el viejo guerrero hizo una anotación mental para incluir esto en su diario de campaña. El merení estaba cerca, desnudo. Roncaba suavemente con una expresión beatifica. En la espalda tenía marcar de arañazos. ¿O eran quemaduras? Otra cosa para anotar para su libro “Los viajes de Chan (y ese otro tipo)” Sin duda iba a ser un éxito.

Hacía una mañana magnifica, el sol en lo alto parecía sonreírles.

Decidió dejar dormir al orejudo un poco más. Aún quedaba vino, y carne seca para desayunar. Sacó sus útiles de escritura y, tras un momento de reflexión, escribió: “me desperté a una mañana magnifica, digna de cualquier gesta, para descubrir que mi perezoso aprendiz se había quedado dormido en su guardia. Le queda mucho a este chico – pensé – para llegar a la altura de mis camaradas de antaño. Pero todo se andará, si los dioses lo permiten …”

Historia escrita por Roberto Espeita.
Solicitada y pagada con PXs, torpemente editada por este vuestro más humilde servidor.
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