Camino del Hierro Meibel Tierras Quebradas

Camino De Hierro. Relato De Una Búsqueda En Las Tierras Quebradas

Hubo una batalla desigual, ganada gracias a la intervención del Dios Meibel. Pero antes de que este acudiera, fue llamado muchas veces. Y en todas ellas no hubo respuesta. Solo cuando la sangre cubría los suelos del viejo bastión acudió Meibel, el Sin Rostro.

Unos pocos vivieron, pero muchos murieron. Y fué el inicio de una búsqueda en las Tierras Quebradas.

Tras la batalla, los que quedaban de los refugiados en mejor estado se dedicaron a apilar los cuerpos de los caídos, una larga hilera de sus camaradas y la montonera donde arrojaban los cadáveres de los invasores, tras despojarles de todo lo de valor que pudieran llevar, que habían situado en el exterior de las ruinas de la fortaleza, como si no quisieran tenerlos a la vista. Los cuerpos de los refugiados se trataban con delicadeza, respeto, y la tristeza de la perdida. Akileo vió a padres recogiendo a sus hijos, a hijos junto a los restos de sus padres. Salieron cuarenta y nueve. Quedaban veinte, esperando la nave que los llevara de vuelta, ya sin el temor de la muerte rondándoles, pues todos los enemigos habían caído. Quedaban veinte, y esa era una victoria imposible.

Kreos estaba cerca, con sus muchas heridas tratadas y vendadas, con apenas una fracción de su fuerza, apoyado en un muro semiderruido, con la mirada vagando por el campo como un anciano que repasa cada momento de su vida.

-Vencimos, al fin, – dijo – con todas las cartas en contra. Quién lo hubiera dicho. Tu truco del final nos dió el empuje que faltaba, pero aún sin él creo que hubiéramos acabado ganando, aunque algunos no estaríamos para contarlo. En mis largos años de lucha nunca he visto algo así, que un dios entrara en batalla.

-Los dioses son impredecibles. – dijo Akileo, suspirando– Rara vez responden a las suplicas de sus devotos. Demasiados devotos y pocos dioses, supongo.

-Pero a ti te escuchan – dijo Kreos, con una sonrisa que se convirtió en mueca por el dolor – He oído historias toda mi vida de héroes marcados por el destino. Cuando era niño me las creía todas, pero tras décadas de guerra esas historias se quedaron en eso, en cuentos para niños. Hasta hoy, cuando llamaste a Meibel y este hizo llover sangre y acero sobre nuestros enemigos.

Akileo se encogió de hombros, ladeando la cabeza hacia la larga fila de caídos, hacia la confusa montonera de cuerpos apilados de cualquier forma.

-No fue la primera vez que le llamé en este viaje – dijo Akileo – En los largos días de nuestra huida, con esos perros pisándonos los talones fueron muchas las veces que me dirigí a él, suplicando, para que ayudara a esta pobre gente. No pedía nada para mi, pero los niños, Kreos, los niños… pero no había nada. El viejo cabrón no estaba mirando. Solo cuando la cuenta de muertos se hizo insoportable, Meibel se dignó a escucharme. 

Kreos asintió, un poco tambaleante.

-El Carnicero no presta atención a nada que no esté empapado de sangre – dijo Kreos – Deberías conocer mejor a quien sirves. Así y todo, este día se recordará en la historia, y este pedazo de roca se convertirá en un lugar de peregrinación: suelo sagrado, santificado por igual por la sangre de los justos y de los impíos, lugar de descanso del espíritu de los héroes que han de guardarlo por la eternidad. Es raro descubrir que al final eres un personaje secundario de una épica aún por escribir: presiento que tu historia se contará a sangre y fuego y que se hablará del viejo Kreos, el estratega, que una vez combatió junto a Akileo y vivió para contarlo. 

Akileo asintió, reflexivo. Dejó a Kreos con sus pensamientos y dio una vuelta por el campamento. Chan estaba atendiendo a los heridos, con la brusca eficacia con la que acometía cada tarea. Sin duda tendría trabajo por todo lo que quedaba de la noche. Gina había terminado de rematar a los enemigos moribundos y estaba sentada junto a los cadáveres de Sender y de su lobo, uno junto al otro al extremo de la larga hilera. Pensó en acercarse a ella, pero algo en su postura le dijo que este momento era privado para ella, quizá la vería más tarde.

Mientras pasaba entre los supervivientes estos alzaban la mano para rozarle, como quien toca a un santo para que le bendiga. Todos le habían escuchado bramar al cielo para que se rompiera en pedazos y ahora que lo peor había pasado y estaban, por fin, a salvo, la magnitud de lo ocurrido se iba instalando en ellos, llenándolos por igual de miedo y reverencia. No en vano le habían visto luchar como un demonio salido del infierno y el cielo se volvió rojo y llovieron sangre y espadas a su mandato.

Salió de las ruinas de la fortaleza y sus pasos le llevaron hasta el montón de enemigos muertos, habría cerca de cincuenta. Uno de los rostros parecía mirarle con sorpresa. Ciertamente los Segadores no habían esperado ese final; esta noche iba a acabar de forma muy diferente para ellos, con una orgía de sangre y celebración cuando dispusieran de los últimos cautivos. En sus momentos finales también habrían rezado a Kamin, la Tierra, pero la Madre de todo no es conocida por frecuentar los campos de batalla. No les auxilió este día, aunque con el tiempo reclamaría sus cuerpos, como lo acababa reclamando todo.

Akileo torció el gesto. “Que Tepel se los lleve” pensó, y el fuego de su interior se convirtió en una llamarada que salió de su boca engullendo la enorme pira, y los cuerpos amontonados ardieron como si fueran leña empapada en aceite. El fuego ardió ávido y continuó consumiendo la carne y los huesos de los muertos mientras sus rostros parecían derretirse como si fueran de cera. La inmensa hoguera se vería desde donde estaban los supervivientes, elevándose al cielo de la noche en una columna imposible.

-AKILEO – dijo una voz a su espalda – ME LLAMASTE, Y HE ACUDIDO.

Akileo se volvió, y sus ojos ciegos vieron recortado contra el cielo la figura del enorme guerrero que esperaba paciente: llevando una armadura sencilla, llena de golpes y cortes, con el casco cubriéndole el rostro, con la muñeca izquierda aun llevando el grillete y la cadena rota, y en la derecha la espada ensangrentada: el avatar de su dios Meibel estaba ante él.

-Meibel. – dijo Akileo, mientras el otro asentía –  Te he llamado muchas veces en estos días. Ojala hubieras venido antes. No por mí, bien lo sabes. Los cadáveres de los niños me gritan “demasiado tarde, demasiado poco”. 

El avatar del dios se encogió de hombros

-HAY REGLAS – dijo el dios – TODA PARTIDA LAS TIENE, E INCLUSO NUESTRA ENSEÑA DEBE SOMETERSE A ELLAS. LA MUERTE ES PARTE DE LA VIDA. INCLUSO LA MUERTE DE UN INFANTE TIENE SU LUGAR EN EL RELATO. ¿TE APENAS TU POR LAS HORMIGAS QUE PISAS AL ANDAR, INADVERTIDAS? PUES ELLAS TAMBIEN TIENEN SUS HISTORIAS, SUS EPICAS, SUS DIOSES. RECUERDA CON QUIEN HABLAS, CHIQUILLO. 

-Te han llamado el Carnicero, hace apenas un rato – dijo Akileo – para mí siempre has sido el Rompedor de Cadenas, y he ignorado la mayoría del resto de tus nombres.

-SOY AMBAS COSAS Y MUCHAS MÁS – dijo el avatar – NO ME DISCULPARÉ POR MI NATURALEZA. LO QUE ES ES, LO QUE DEBE SER, SERÁ. ME LLAMASTE, AKILEO, Y NO POR PRIMERA VEZ. Y COMO ENTONCES, HE ACUDIDO. 

-Y te lo agradezco, mi señor, entonces en mi nombre y ahora en el de todos los que tu presencia a salvado.

-SOY EL HERALDO DEL CONFLICTO, AKILEO Y NINGUNA OTRA COSA. RECUERDA QUE NADA SURGE SIN QUE YO TENGA UNA PARTE EN ELLO, A TRAVÉS DE MÍ SE ROMPE LO QUE ESTÁ ATADO. OTROS DECIDEN SEGÚN SUS CRITERIOS SI ESTO ES BUENO, O MALO, Y ESTO NO ES DE MI INCUMBENCIA. PERO ES TIEMPO, HIJO MIO, DE QUE RECLAMES TU LUGAR EN MI HUESTE, Y CON EL TU DESTINO.

-¿Y que destino es ese, mi señor Meibel?

-HAY REGLAS, AKILEO – dijo el avatar, con una leve risa – CADA HISTORIA DEBE CONTARSE EN SU MOMENTO. LA TUYA ESTÁ POR EMPEZAR.

Akileo negó volviendo la espalda al dios, encarándose a la hoguera que aún ardía, como si no tuviera la intención de apagarse.

-Los mortales – dijo Akileo – gustamos de vivir en la falacia de que decidimos nuestros pasos, de que forjamos nuestro destino. Creo que en este momento es lo que deseo hacer, vivir un poco más en ese engaño. Te sirvo, dios, y haré honor a nuestro pacto. Pero solo el conflicto para mi no es suficiente, debe tener un propósito.

-EL HONOR Y LA GLORIA DEBERÍAN SER SUFICIENTES, PARA TI Y PARA CUALQUIERA. Y, ¿QUE TIENES TU DE MORTAL, SANGRE DE DRAGÓN? PERO SEA, VIVE EN TU SUEÑO, VOLVERÁS A LLAMARME, VOLVEREMOS A HABLAR. UN DÍA, CIEN, O MIL NO SIGNIFICAN NADA PARA MI. HASTA ENTONCES, MANTEN TU ESPADA AFILADA, AKILEO DE MERENDRAK. TE HARÁ FALTA.

Con esto, la presencia de Meibel se desvaneció y Akileo se quedó pensativo, contemplando el fuego, hasta que la hoguera finalmente se apagó con los primeros rayos de sol.

Historia escrita por Roberto Espeita.
Solicitada y pagada con PXs, torpemente editada por este vuestro más humilde servidor.
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