desierto-tus-ojos-02 vampiro la mascarada

Busco al Flaco Jiménez – dijo el hombre de negro mostrándole el retrato bocetado del pasquín, a un anciano despreocupado.

– No sé con…. ¡Pero sí es Johnny el Seco! Valiente cabrón, hijo de la gran puta. Hace mucho tiempo que no se le ve el pelo. La mitad del pueblo daría dinero por ver sus vísceras arrastradas por las calles, y la otra mitad le adora más que a Jesucristo. ¿Comprende?
– Se armará entonces una guerra civil cada vez que viene aquí.
– No, porque la mitad que lo odia le tiene cien veces más miedo que rencor. Y hacen bien. Por eso siguen vivos.


– La última vez que estuvo aquí mató a un tal Jerry Maguire. ¿Lo conocía? – Dijo tendiéndole un billete de 10 dólares.
– ¿Quién no conocía a Maguire? – dijo guardándose el billete tan rápido, que parecía no haber existido nunca. Mire por aquí, los dueños del almacén, de la herrería, del saloon y del principal rancho, son muy amigos ¿comprende?. Y tienen intereses comunes ¿Comprende? La mayoría de las veces estos intereses no son los de la gente, los de la mayoría de la gente. Precios más caros, peor calidad, más bajos salarios ¿Comprende? Para evitarse problemas con la gente estos amigos tenían a Maguire ¿Comprende? Si alguien protestaba demasiado, o se mostraba en desacuerdo demasiado en público ¿Comprende? Maguire llegaba y le convencía amablemente, cosa de unos dedos rotos, que debería mostrarse más sumiso. Y aunque esto siempre ha sido así y siempre lo será, a veces, cuando se aprieta mucho, la gente no lo soporta más ¿Comprende? Y se enfada, y reúne lo poco que tiene entre muchos y se lo da al Seco y este viene a por Maguire y le fríe en menos que se persigna un cura loco. Le digo que fue todo cuestión de oír el tintineo de las espuelas mejicanas del Seco al entrar en el Saloon, hacerse el silencio, sentir el estampido de la mirada del Seco al dueño del Saloon, ver a Maguire levantarse de la mesa, ver, o intuir, al Seco disparar y ver a Maguire caer con un torrente de sangre en el pecho. Le había dado justo en el corazón ¿Comprende? Sin decir ni una jodida palabra.
– ¿Y hace mucho tiempo de esto?
– El jueves pasado. Le diré que Maguire es el último de una lista de cinco. Cinco empleados de los amigos de por aquí. Así que el Seco es casi un vecino más, con lo que los amigos poderosos están llenos de dudas, que si no volverá y los dejará en paz, que si debieran plegarse a lo que dice la gente, que si debieran contratar a alguien más rápido que el Seco ¿Comprende?
– Muchas gracias por su información, amigo.
– De nada – dijo el hombre dando golpecitos cariñosos al lugar donde había guardado el billete.

El hombre de negro calculó que tardaría algún tiempo en volver aquel tipejo por este infecto pueblo, para dejar calmar un poco las cosas. Quizá volviese, pero creía que cinco hombres eran suficientes para crear una duda de años en el cerebro de estúpidos caciques de pueblo, con lo que el trabajo del Seco habría acabado allí, y el Seco no aparecería por allí nunca jamás. Al menos eso es lo que haría él mismo, y también calculaba que su presa, como ya le habían dicho, se parecía mucho a él. Debería seguir buscando, así que se montó en su caballo y se dirigió a la salida del poblacho. Cuando estaba ya en las últimas casas, sacó su fusil de la funda, apuntó, disparó, y pensó que con diez dólares se podría conseguir un gran funeral aquí.

El hombre de negro caminó despacio entre las chabolas de adobe hasta dar con un edificio aún más desvencijado que los demás y con unas letras rojas pálidas y resecas que decían «SHERIFF»

– ¿Cree que encontraremos algo aquí? – preguntó el hombre rechoncho

El hombre de negro le dirigió una de sus sonrisas mucilaginosas, y de un golpe entró en el edificio. Dentro había un hombre de una cierta edad sentado detrás de una mesa que era pura termita.

– Busco a este hombre.- dijo mostrando su pasquín.
– Sí, el Seco. Precisamente esta orden de búsqueda la dicté yo. – dijo dando unos golpecitos al papel. No ganará nada con este asunto, amigo. Ya saldó esa cuenta.
– Cuénteme exactamente lo que ocurrió
– Verá, por aquí hay dos grandes terratenientes. Caballos, vacas, acres por doquier. Uno es Don Juan, Juan Sánchez, y el otro es el señor Walter Wilson. Llevan en guerra un par de décadas, desde que se asentaron en el valle. La práctica totalidad de la plata que se gana por aquí la pagan ellos. Pero hará dos meses Wilson contrató un mal pájaro, un tal Zemeckis. En mi opinión sólo era un sádico loco, y se le fue la mano un par de veces. Como traca final a sus crueldades, mato al cuñado de Sánchez, y a su hermana la violó en la plaza del pueblo, a la vista de todos. Cuando Sánchez se presentó como un poseído por Satanás, a medio vestir, con sólo un rifle y sin sus hombres, Zemeckis lo baleó a placer, volándole las rodillas y los hombros. Sánchez es uno de esos mejicanos con casta, que empezó cuidando cabras y a conseguido todo lo que tiene con sudor y esfuerzo propios, y lágrimas y sangre, generalmente de sus enemigos, y se salvó por poco, porque había perdido un cubo de sangre, pero agarrándose a su coraje, sobrevivió. Y él siempre ha llevado como divisa el no te enfurezcas, véngate. Dispuesto a que se cumpliera la ley no escrita de que si disparas a un hombre, procura que éste muera, contrató al Seco. Llegó en una semana o así, no me pregunte cómo contactó con él. Atravesó el pueblo como una aparición, con un caballo cubierto de sudor y costrones de polvo impregnado. Él también llevaba un montón de polvo encima, y se fue derechito a la cantina. Pidió una cerveza y un whisky. Preguntó por Zemeckis. Zemeckis se levantó de una de las mesas del fondo, y vomitó una risotada al ver a aquel tipo al que podía romper el cuello de una bofetada.

– ¿Tú eres lo mejor que ha encontrado Sánchez?. Y volvió a reír con estruendo, balanceándose hacia atrás con los pulgares en el cinturón. Si, ahora lo sé, fue un error. Entonces me pareció uno de esos preliminares que achantan al contrincante, un truco. El Seco no perdió el tiempo en preliminares estúpidos. Le puedo asegurar sobre una pila de Biblias que Zemeckis era rápido, muy rápido. El Seco simplemente cogió su Colt, no hizo nada eléctrico o explosivo, pero llevaba una gran ventaja gracias a la estupidez del otro. Zemeckis sacó de manera rapidísima, un movimiento que en cualquier otra ocasión le habría dado la victoria segura, pero esta vez no le sirvió de nada. Zemeckis había sacado ya cuando el Seco disparó, pero madrecita mía, qué disparo. Cuando impactó sobre el ojo izquierdo de Zemeckis sonó como una pedrada sobre un tejado, y cayó chorreando sangre. Debatiéndose entre espasmos y convulsiones, con los sesos sobre la cara junto con otros restos sanguinolentos. El Seco amartilló de nuevo el arma y se aseguró que Zemeckis estuviese bien muerto antes de malgastar una bala. Me miró, cortándome como si fuera de cuchillo, y preguntó:
¿Es delito batirse en duelo en este pueblo, comisario? Yo contesté que no. Él sólo dijo: Así me gusta, limpio y eficaz. Santo y bueno.
Todos creíamos haber visto el capítulo final cuando se dirigió a casa de Sánchez. Cobraría y se largaría. Pero aquello sólo había comenzado. Levy, el capataz de Wilson, me contó lo que ocurrió.

Estaban todos acostados, sin poder dormir por lo que había ocurrido, cuando sonó un tableteo y los quinqués de la finca fueron saltando en pedazos. Wilson intentaba organizar una defensa, pero de cuando en cuando sonaba un disparo y un hombre más no contestaba a las órdenes de Wilson, que intentaba vislumbrar algo en aquella maldita boca de lobo. Levy vio las cosas muy mal, y decidió esconderse en un armario, intentando evitar la matanza que estaba teniendo lugar. La fortuna quiso que fuera el propio Wilson el que buscara refugio en aquella habitación. Aferrándose a su fusil como a la vida, vació sus cartuchos uno tras otro contra el umbral de la puerta, puesto que siempre que disparaba todo el mundo, y desde luego el propio Levy, habría jurado ver la sombra alargada de puto ciprés que tiene el Seco entrando a la habitación. Pero sólo se oyó el tintineo de sus espuelas y se vio la aparición fantasmagórica del Seco cuando Wilson agotó toda su munición. Wilson ofreció el doble, el triple de lo que hubiese pagado Sánchez. El Seco sonrió con ese tajo que tiene en la cara por boca, aceró un poco más sus ojos grises y comentó que él tenía por bandera acabar siempre en el bando que empezaba. Lo acribilló como a una alimaña. Cuando Levy me hizo este relato al día siguiente, dicté busca y captura. Se editaron pasquines y se ofrecieron 3000 $ por él. Se asombraría de los pocos cazarrecompensas que acudieron, en comparación con lo que suele ocurrir en estos casos. Y todo para que se alojara sin ningún secreto en casa de Walter Valderrama, el cabrero. Cuando fui a detenerlo, ofreció las muñecas sin ninguna resistencia. Y yo que no había dormido pensando que sería el último día de mi vida. En dos días llegó el Marshall y el Juez. Y una treintena de hombres de este pueblo aseguró que el hombre conocido como el Seco, estuvo en la cantina aquella noche hasta mucho después que hubiese ocurrido la escabechina en la casa de Wilson. El Marshall, yo, y otro montón de gente sabemos que era una sucia mentira, y les amenazamos con encerrarles por perjurio. No sirvió de nada. La plata de Sánchez y el miedo al Seco eran mucho más fuertes. Y supongo que Sánchez también se ocupó del jurado. A la vista de que no había pruebas contra el Seco, y que éste tenía una sólida coartada, lo declaró no culpable. El Juez no tuvo más remedio que certificar la sentencia. El Seco salió por esa puerta una mañana soleada, se estiró, y montó en su caballo para no volver. Por eso no hay recompensa por él. Y por eso ha perdido usted el tiempo.

– No lo crea. – dijo el hombre de negro, y saliendo al sol abrasador estuvo seguro de conocer algo más a su presa, y por lo tanto la manera de cazarla.

Share:
Written by Dovesan
Y a veces, cuando caes, vuelas.