LA SAGA DE DORIMEDONTE TEODOSIO «EL NANO», VILLANOS LE MATEN por El Chache. Volumen III: Tranquilidad Sonora
Érase una vez, un reino perdido que tenía graves problemas. Pero como estaba perdido, nadie pudo llegar hasta él para solucionarlos. Por eso esta historia no tiene nada que ver con ese estúpido reino. No, esta historia tiene que ver con la vida, con la muerte, con el Sol por las mañanas y la Luna por las noches, con la caza indiscriminada de ballenas grises y la monopolización del comercio de los ácidos nefríticos derivados de la obtención de combustibles fósiles a partir de la Meningis Pedorrea, un tipo de ladilla que sólo crece en los sobacos de los Indonesios nacidos en día impar según el calendario Maya.
El rey Pringasaltos 3º tenía un gran problema. El reloj dio la una. Así que dio la orden de encontrar a los más bravos héroes para solucionarlo. El rey, no el reloj. Seis soldados los encontraron, así que el rey les mandó degollar y envió a otros seis que además de encontrarlos le hicieran el favor de traerlos ante su Real presencia.
La taberna «el carnero blanco» había sido reconstruida. Los más grandes héroes se encontraban allí, y algunos cuantos tipos insignificantes. Las risas surgían de la taberna, porque la verdad es que allí dentro no se reía nadie. El reloj dio las dos. Las mesas estaban llenas de muchas «I» que nadie sabía qué significaban. Giman, el héroe, trataba de desclavar su espada del techo. Coñan, el bárbaro, era más bárbaro todavía. El Guerrero del Antifax echaba un pulso consigo mismo. Bárbara estaba royendo una mesa mientras el Parjolillo trataba de mantener en equilibrio una cuchara en la punta de su lengua mientras bailaba una muiñeira. Dorimedonte Teodosio «el Nano», villanos le maten, por su parte, estaba clavado al techo, pidiendo por favor que le bajasen, que se estaba aburriendo. De repente, la puerta se abrió. Luego se cerró. Se volvió a abrir. Las ventanas se cerraron. La chimenea salió volando. Las mesas se encabritaron. Las sillas se volvieron reacias a la subordinación. El tabernero se volvió negro. Y por fin, allí de pie, en el umbral de la puerta, se encontraba el mensajero del rey, cuando de legañas vino.
– ¡El rey reclama la presencia de los más bravos héroes de su reino! – gritó el mensajero mientras las sillas pateaban, mordían y se sentaban encima de sus ocupantes. Y cuentan que, perseguidas por las masas enfervorizadas, dos de las sillas asesinas lograron escapar, refugiándose en los bosques. Se enamoraron y tuvieron muchos taburetes, que al crecer dedicarían sus vidas a ayudar a los animales del bosque a sentar cabeza. Pero eso es otra historia, y ahora no la voy a contar.Añadir Anotación
– ¿Me podría alguien ayudar a desclavar la espada del techo? – preguntó Giman.
– ¡Oh! Entonces, vosotros sois los de la profecía – dijo el emisario, con cara de haberse cagado en los pantalones.
– ¡Así es! – dijo Giman, el cual se sintió pesaroso.
– ¡Entonces es cierto, salvaréis el reino! – dijo el mensajero, con cara de haber visto mundo.
– ¡Por supuesto! – dijo Giman, el cual se sintió estafado.
– ¿Querría alguien desclavarme? – Preguntó el Nano, y le pegaron. El reloj dio las tres.
Los héroes partieron de la taberna y al mensajero por la mitad, confirmando la profecía. A lo lejos vieron el castillo del rey Pringasaltos 3º, así que decidieron acercarse.
– ¡Aaaah del castilloo! – gritó el Guerrero del Antifax.
– ¡Castillo es con C, borrico! – le respondieron.
– ¡Muuuuuuuu! – dijo una vaca que empezaba por V.
– ¡Idiotas! ¡Lo que queremos es pasar! – dijo Giman, el cual se sintió desolado. Una hora más tarde, el mundo era igual de joven. Los héroes se personaron ante el rey, el cual se sobresaltó ante la súbita aparición. Le saludaron dándole palmaditas en ambas mejillas a la vez mientras saltaban dando taconazos en el aire, que era el saludo protocolario.Añadir Anotación
– ¡Qewifv3o9 v438 vt8 90 5tioth oi47v 98gteiout u7589 60954 y! – Dijo el rey, nunca fuera caballero de damas tan mal servido.
– ¡Sí, es verdad! – dijeron los héroes, por si acaso.
– Ru45 4 vrei 54 gfl reil958 45vy48cv 5hi5relkq qEDE dfjl43 gfpooewor4n t44v4oir – insistió el rey.
– ¡Y yo en el tuyo! – dijo un guardia muy irresponsable.
– Grrooouuuurfsss nngaaaajsss – dijo Bárbara, que parecía entenderle.
v¡Wreiuo 438’fd vflhewjlop32 sdfiew85 i gre09745 dfslkfew32! – continuó el rey.
– ¡A mí me gustan las natillas! – dijo el Nano, y le pegaron.
– ¡¡Ñvtriu43 vioh 243oi reioh49 8ioufewjb i434309ure i43i!! – atronó el rey.
– ¡Oh, yeah! – gritaron los jirous ( heros ) y se pusieron a bailar.
– ¡Ngroi5 tre h tl7 4ew rt43kr ggreqln539 457v reakj ekj5aa43 gtr09! – gruñó el rey, y se le cayó un ojo.
– ¡Graaar sechreckkf ouummmnfh gsaahhh! – dijo Bárbara muy complacida.
Al final, los héroes se prepararon para la partida, pero lo pensaron mejor y se fueron. Al salir del castillo, éste se elevó varios cientos de metros. Los héroes emprendieron la marcha. El reloj dio las doce. Los pájaros se comían unos a otros. Decidieron volver a la posada.
– Bueno’ día’ señore’ ¿qué de’ean tomá? – preguntó el tabernero, que seguía negro.
– ¡Cerveza! – gritó Giman mientras, depilándose la espalda, corría a desclavar su espada.
– Pues yo quiero leche – dijo el Nano antes de que le arrojaran por la ventana. Se sentaron todos alrededor de una mesa, excepto el Nano, al que estaban pateando en la calle unos rufianes. Desde dentro se podían oír sus gritos.
– Si cumplimos esta misión nos cubriremos de gloria – dijo Coñan.
– Ooouuuuummmmppffsss – dijo Giman tratando de desclavar su espada.
– Lo malo es que yo no me enteré de la misión – dijo Boing Bum Tchack, todo convencido.
– Pero Bárbara sí lo entendió, ¿verdad? – preguntó Coñan. Bárbara asintió segura de sí misma.
– Pues cuéntanoslo – dijo el Guerrero del Antifax comiéndose un bíceps.
– Grroourrpfffss aunggsss greearr ponnffress guafffsss unga arf unga grrr pionfsrrull – dijo Bárbara. Coñan se puso hecho un basilisco y Giman se quedó de piedra.
En ese momento entró Dorimedonte Teodosio «el Nano», villanos le maten. El reloj dio las cuatro.
– ¿Qué, chicos? ¿Ya sabéis qué hay que hacer? – preguntó el Nano.
– No nos queda más remedio que ir al oráculo de Belfos – dijo el Parjolillo.
– Ouuuuuunnnnggffsss – gemía Giman sin poder desclavar su espada.
A la mañana siguiente, es decir, a las 6, partieron, y por partir, se fueron. El reloj dio las 6. Siete días tardaron en vislumbrar las montañas del Oráculo. Se acercaron a éstas y, en ese momento, unos domingueros se apearon de su Porsche y les mantearon con monturas y todo durante 232 horas. Fuera de eso, no sufrieron ningún percance.
Entraron en una sala enorme, tan grande, que si la contemplaseis durante toda vuestra vida os moriríais de aburrimiento. Al final, la sacerdotisa esperaba. El reloj dio las 10.
– ¿Está buena? – sonó una voz refiriéndose a la sacerdotisa.
– Acercaos de uno en uno, y vuestro destino os será revelado – dijo la sacerdotisa.
– ¿Y si lo hacemos de dos en dos? – preguntó el Nano, y le cayó encima un piano. El primero en acercarse fue el Guerrero del Antifax.
– Tienes güevos, ¿eh? – preguntó la sacerdotisa. El pensó en un hipopótamo flambeado.
– Tu destino está así marcado, guerrero. Las montañas crecerán, los mares hervirán, y cuando dos sabuesos veas correr, en formación de a tres, la dama blanca te tocará, el esturión se unirá y tu destino se sellará – tal fue la profecía que el Oráculo le dio al Guerrero del Antifax. Éste empezó a preguntarse si aquello valía la pizza que compró para el sacrificio.
El siguiente fue Coñan, el bárbaro. Le llamaban bárbaro porque nació en domingo.
– Tu destino está así marcado, bárbaro. Aquel que crees amigo, no lo es. Aquel que crees enemigo, si lo es. cuando no te creas ni a ti mismo, tampoco me creerás a mí. Cuando creas que eres tú, serás yo, pero yo no seré tú. Cuando llegue ese día, tú no serás nadie – dijo la sacerdotisa.
Después entró Dorimedonte Teodosio «el Nano», villanos le maten, aún dolorido por el piano.
– Tu destino está así marcado, mamón. Cuando los pájaros trinen y las nubes se levanten, unos villanos te darán muerte – el Nano no lo podía creer. Siempre pensó que todo era una broma de sus amigos.
Después entró Bárbara.
– Tu destino está así marcado, bárbara. Grroufgs unggg roarrgh uffss gruuuoor errkkghjsf ingaaar rrrooorrfffs uuuunnnghffrdsss aaagaaafffshh mongo urg gr – dijo la sacerdotisa, sin entender ni un solo gruñido. Bárbara, sin embargo, salió complacida y por la puerta.
El siguiente fue el Parjolillo. Y el último. Giman decidió comerse la pizza en lugar de sacrificarla.
– Tu destino está así marcado, Parjolillo. Cuando no sepas qué hacer, cuando no sepas a quién acudir, cuando no sepas adónde ir, estarás completamente perdido. – Boing Bum Tchack se quedó horrorizado, pero se le pasó pronto.
Al salir del templo vieron que no estaban los caballos.
– ¿Dónde están los caballos? – preguntó Coñan contemplando el vuelo de un gorrioncillo.
– Me los he comido – respondió Giman, que observaba el apareamiento de dos pingüinos.
– ¿Y ahora cómo vamos a viajar? – preguntó el Guerrero del Antifax mientras observaba las técnicas de caza de los ornitorrincos.
– ¡Aaaaarrgh! – gritaba el Nano mientras dos tigres le deglutían los muslos. Al rato, y no teniendo nada mejor que hacer, continuaron viaje a pie.
– ¿A dónde vamos? – preguntó Coñan mientras trazaba círculos en el aire con un dedo.
– Grourpfs – respondió Bárbara y le pegó un escobazo al Nano.
– ¡Hemos de cumplir con nuestro destino! – dijo el Guerrero del Antifax mientras se calzaba unas polainas.
Bárbara le dio otro escobazo al Nano. El reloj dio las 5. Inmediatamente, y como un solo hombre, los seis guerreros se pusieron a bailar una muiñeira restregándose las tripas contra una cercana pared rocosa al tiempo que con sus voces imitaban el sonido de una gaita. Bailaron hasta el anochecer y decidieron acampar allí mismo.
Perenne atardeció la madrugada. Boing Bum Tchack se despertó pronto y vio a Giman depilándose los brazos. El reloj dio las 7. El Parjolillo intentó localizar el maldito reloj. Al no verlo, se acercó a Giman para hablar de algo.
– ¿Has probado alguna vez a pescar haciendo el pino? – le preguntó.
– ¿Es que se puede pescar de otra forma? – contestó Giman. Como les gustaba el lugar, para estar allí más tiempo, cada vez que se despertaba uno de sus compañeros le volvían a dormir de un garrotazo. Así pasaron 4 días con sus noches, hasta que se cansaron y los otros 4 aventureros se levantaron muy descansados pero con una enorme migraña. Siguieron viaje hasta que llegaron al lago grande, que en realidad era el más pequeño. Pronto se dieron cuenta de que no podrían cruzarlo de un salto.Añadir Anotación
– Tendremos que hacerlo en dos – dijo el Nano, y le pegaron.
– Habrá que cruzarlo en balsa – dijo Coñan, y empezó a sudar.
– Mirad, allí hay un barquero – dijo Boing Bum Tchack señalando a un hombre que estaba reparando una barca en la orilla.
Se acercaron hacia el hombre y se lo comieron. Acto seguido se dieron cabezazos contra un árbol hasta la inconsciencia, momento que aprovecharon unos rufianes para disfrazarse de pepinillos. Cuando se despertaron, se subieron a la balsa y cruzaron el lago. La balsa hacía agua, pero como no entendían de navegación, no se hundieron. Casi al llegar a la otra orilla, Bárbara creyó ver a su padre buceando en medio de un banco de barbos, pero prefirió ignorarlo.
Al llegar al otro extremo del lago, comprobaron que habían dado la vuelta, así que se pusieron de frente.
– ¿Qué tal si nos tomamos unas cervecillas? – propuso Dorimedonte Teodosio «el Nano», villanos le maten, y le patearon los esfínteres.
De todos modos, les pareció buena idea, de modo que se dirigieron a su posada habitual. Por el camino se encontraron con un mendigo que les pidió limosna. Aquel mendigo era en realidad un príncipe desterrado de un lejano reino del sur. Un repugnante tirano había usurpado su trono y se había casado con su prometida, a la que trataba con gran crueldad. Ahora gobernaba el país con mano de hierro. El pueblo estaba dividido y sólo se levantaría contra el dictador a las órdenes de su príncipe, el cual deseaba volver para dirigir la revuelta y rescatar a su amada. Pero eso no llegó a suceder, pues lo primero que hicieron nuestros héroes fue colgarle del árbol más próximo por su atrevimiento.
– ¿Será caradura, el tío? – dijo el Guerrero del Antifax mientras observaba oscilar al mendigo. Después de aquel incidente, los héroes llegaron a la taberna «el carnero negro» y se sentaron en unas sillas que estaban hábilmente dispuestas alrededor de una mesa.
– ¿Qué de’ean tomá lo’ ‘eñorito’? – preguntó el tabernero, más negro que el betún.
– 6 cervezas, por favor – dijo Dorimedonte Teodosio «el Nano», villanos le maten.
– Aho’a mi’mo la’ t’aigo, buana – respondió el posadero, mientras los héroes colocaban al Nano encima de la mesa y le arrancaban la ropa a jirones. Los gritos de la clientela animándoles llenaban la sala.
– Aquí tienen ‘u’ ce’veza’, caballe’o’ – dijo el tabernero volviendo con una bandeja llena, mientras el Nano, tapándose con dos vacías, iba a comprarse ropa nueva.
– Muy bien. Muy ricas las cervezas, pero ahora, ¿qué hacemos con la misión? – dijo Coñan.
– Grrouurggss jjjjsss ungüeeergssss brrrooiiirgsfl – dijo Bárbara.
– 7983 x 672-15 = 1.9745566-34 – dijo Sancho Ensanchado. Giman intentaba desclavar su espada sin éxito. El destino del reino estaba en sus manos, y no sabían qué coño hacer.
– Tabernaaaas, qué lugareees más gratos para conversaaar. No haaaay cooomo el calor del amor en una tabernaaa – cantaba Pipumpapumpí, el bardo.
El alegre juglar entró cantando por la puerta de la taberna y salió por la ventana a patadas. Al rato volvió a entrar, sujetado por dos individuos idénticos a él. Parecieron reconocer a nuestros héroes.
– Saludos, héroes. Me llamo Pipumpápumpi, y estos son mis hermanos Pipumpapumpi y Pipumpapumpí.
– Hemos oído hablar de vuestras hazañas, y no nos las creemos – dijo el gemelo guapo.
– Pero a pesar de todo queremos acompañaros – dijo Pipumpapumpi, el gemelo normal.
– ¡Arrrgffffssssdsss! – gimió Pipumpapumpí, el gemelo feo. Los tres eran idénticos.
– Desde luego, vuestros padres tuvieron imaginación con vuestros nombres, pero no variedad – dijo el Guerrero del Antifax rascándose el píloro.
– Esa es nuestra hermana – dijo Pipumpapumpí, todo convencido.
– ¿Quién? – preguntó Giman, el cual se sintió solo y abandonado.
– Variedad – respondió Pipumpápumpi, el gemelo guapo.
– ¡Mierda! – exclamó Giman, el cual se sintió apesadumbrado.
– Ese era el abuelo – respondió Pipumpapumpí en medio de una Epifanía.
– Hola, chicos. Ya he vuelto – gritó Dorimedonte Teodosio «el Nano», villanos le maten, que volvía de comprarse ropa nueva.
– Grrouurpfs – dijo Bárbara, y pateó al Nano con avidez.
– ¡Ay, ay, ay, ay, ay, ay! – respondió el Nano.
– Si queréis venir con nosotros, tendréis que acompañarnos – dijo Giman, el cual se sintió ridículo. Los tres gemelos parecieron asentir, pero en realidad movían la cabeza porque tenían el Parkinson.
– ¡Entonfes, bongábodos en marfa! – dijo el Nano, y entonces toda la taberna se dedicó a darle collejas, menos Giman, que trataba infructuosamente de desclavar su espada del techo. El Nano gemía.
El ahora aumentado grupo salió de la taberna, caminó un rato, y luego se detuvo.
– A todo esto, ¿a dónde vamos? – preguntó Boing Bum Tchack, por besar mano de rey.
– A donde nos lleve el camino – respondió el Guerrero del Antifax mientras se cosía las piernas. Giman se sintió abandonado.
– Pero si por aquí se vuelve al castillo del rey Pringasaltos 3º – dijo Coñan pintándose los labios. El reloj dio la 1. El Parjolillo lanzó un hechizo contra el reloj, pero sólo consiguió que Pipumpapumpí ansiara una vida de virtud y castidad, por lo que se metió a monje.
– ¡He visto la luz, hermanos! – decía mientras se alejaba.
Y cuentan que al final de su viaje, llegó hasta un monasterio donde le acogieron. Allí se puso al fin los hábitos, pero como eran 6 tallas menores que la suya, murió asfixiado. Pero esa es otra historia y ahora paso de contarla. Apenados por la partida de su amigo, nuestros héroes patearon a Dorimedonte Teodosio «el Nano», villanos le maten, el cual no se sintió complacido. En ese momento, unos domingueros se apearon de su Porsche y les mantearon a todos durante 342 horas. Cuando les dejaron, dos bandadas de pájaros radioactivos les bombardearon con cagarrutas atómicas dejándoles medio muertos. Cuando se recuperaron un poco, los que estaban mejor ayudaron a los demás a patear al Nano, el cual se quejaba cantidad. A lo lejos, se vislumbraba el castillo del rey Pringasaltos 3º, a una altura de unos 400 metros.
– ¿Cómo subiremos hasta allí? – preguntó Pipumpapumpi, antes de que le arrojaran a una fosa séptica.
– Podríamos pedir una escalera – dijo Coñan, y se cayó. Mientras pensaban qué hacer, Coñan aprovechó que estaba en el suelo para esnifar la gravilla del camino.
– Podríamos hacer una torre humana, sólo necesitamos la colaboración de unos 1500 hombres – propuso Pipumpápumpi, el gemelo guapo, mientras guardaba su laúd en un bolsillo.
Como no se les ocurría ninguna solución satisfactoria, decidieron entrar sin más. Una vez dentro, les condujeron a presencia del rey. Pringasaltos 3º estaba triste. ¿Qué tendrá Pringasaltos?
– ¡Señor! Los héroes han regresado – dijo uno de los guardias antes de arrojarse al foso.
– ¿Freou7594 38d fd34287 cvi? – preguntó el rey.
– Según el número de muelas – respondió el Parjolillo, mientras los héroes le pegaban pescozones a Dorimedonte Teodosio «el Nano», villanos le maten. El Nano, con cierta solemnidad, pues también era de cuna noble, preguntó:
– ¿Dófde eftá el fotiquín, for fafor? – dijo, y el rey le mandó fusilar.
– ¡Señor, hemos cumplido nuestra misión! – aventuró Giman, el cual se sintió desfallecer. Alzó triunfante la funda de su espada sobre su cabeza, pero como ésta tenía un muy alto grado de flaccidez, se dobló y cayó sobre su cabeza, despertando la hilaridad de todos los allí presentes.
– ¡T$reeru 43 reiuah 389032 sdfjk aewiua3 78 r23 fsd! – voceó el rey, y se le cayó la nariz.
– ¡Mambo! – respondieron los guardias con una grácil pirueta.
– ¡Gerioc 9043 jfren rew’ eppw34 oirew`q49 reu a<a76478 32 fdew! – rugió el rey claramente enfadado.
Pegó un puñetazo en el brazo de su trono y se convirtió en gravilla. Todos miraron desolados la escena: el rey había muerto.
– ¡El rey ha muerto! ¡Larga vida al rey! – empezó a vocear la gente.
– ¡Un café con leche! – gritó algún despistado.
Después de que Coñan esnifara los restos de su padre, el príncipe ocupó su lugar en el trono. El Guerrero del Antifax presidió la ceremonia de posesión del nuevo rey.
– ¿Juras ser un buen rey, preservar la justicia, velar por las noches y dormir por el día, aprender las artes de la numismática y a sexar chinches? – pronunció solemne mientras le conectaban a un pararrayos.
– Reveru34 fwuio 44 328’23 sdklañ<.<m, . 23p`sa .,mnce4e¡’23 – respondió el príncipe, y se le torció un pie.
– Serás un buen rey – dijo el Nano, y el rey le mandó empalar.
– ¡Nnnnnngggggggsssssaaaaaaaaaarrrrrrrrggggffffssss! – voceó el Guerrero del Antifax cuando le alcanzó un rayo. Los héroes empezaron a patearse.
En ese momento, explotó el castillo.
FIN
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