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LA SAGA DE DORIMEDONTE TEODOSIO «EL NANO», VILLANOS LE MATEN por El Chache. Volumen IV: Serenidad Ignota

Eran las 11 de la mañana. El Sol rugía alegremente. En la taberna «el carnero negro» la cerveza corría a raudales, arrastrando todo a su paso. Hombres, mujeres, casas. Todo.

– ¡Vamos a morir! – gritó Coñan en un ataque de consternación, mientras era arrastrado hacia el negro abismo.

Los que no morían ahogados, lo hacían aplastados contra algún obstáculo o presas de una intoxicación etílica aguda. Eso sí, todos estaban la mar de contentos. Pero todo tiene su final en esta vida, y la cerveza no es una excepción. Nuestros héroes pudieron evitar que la cerveza les arrastrase muy lejos. No así un joven anciano que vio como la espumosa marea le arrastraba hacia otros países, hacia otros mares. Y cuentan que un pescador le vio flotando en el mar y, tomándole por una sirena, lo ensambló al techo de una ambulancia, donde fue feliz hasta el fin de sus días. Pero esa es otra historia y no me pagan para contarla. Volviendo al pueblo donde estaban nuestros héroes, sus gentes volvían a su vida cotidiana. Tendrían que rehacer el pueblo, pero hay que mirar la vida con alegría. Los héroes volvieron a la taberna. Giman se abalanzó sobre su espada, en un vano intento de desclavarla del techo. Sí, todo volvía a la normalidad.

– Lo ‘iento, ‘eñore’, pe’o aho’a tend’a que ‘e’ vino – dijo el tabernero de la posada, que ahora se llamaba Magumba. En ese momento, unos parientes suyos iniciaron la recogida del cacao en Groenlandia, pero no les conocía.

– Grrooouuuurpffsss ungaaaar ourrrrgffss – dijo Bárbara trepanándole los sesos a un parroquiano.

– Me fastidian los momentos de tranquilidad. Yo quiero acción. – dijo Coñan, el bárbaro.

Le llamaban así porque llovía cuando nació. Los demás le miraron, tratando de desnudarle con la vista. En ese momento, la puerta de la posada se abrió. Allí, erguida, se recortaba la silueta encapuchada de un siniestro personaje que parecía contemplar la escena. Pasó al interior de la taberna. Parecía estar herido, así que nuestros héroes le acuchillaron para asegurarse.

– ¡Ahora fijo que está herido! – dijo el Guerrero del Antifax mientras observaba la agonizante figura del encapuchado retorciéndose en el suelo de la taberna. Le estaba sacando un brillo de cuidado. De repente, nuestros héroes se dieron cuenta de que llevaba un papel en la mano izquierda.

– ¿Qué diablos pondrá? – se preguntó Pipumpápumpi, el gemelo guapo, mientras recogía la nota.

– Bueno, ¿qué pone? – le preguntaron sus compañeros. Ninguno pareció advertir que el encapuchado llevaba cinco flechas clavadas en la espalda.

– A ver, dice… ¡rayos, es una trampa! – gritó Pipumpápumpi leyendo la carta. Instantáneamente, los héroes formaron barricadas con las mesas, las sillas y algunos clientes, mientras el resto huían despavoridos, pisoteando a una vaca que no pintaba nada allí, sino que estaba esculpiendo. El tabernero empezó a gritar y lamentarse de sus problemas de segregación en el pueblo. El Parjolillo comenzó a acumular asaltos de concentración. Nadie sabía qué significaba eso. Giman trataba de desclavar…

– No, no, si es que aquí pone eso – aclaró Pipumpápumpi mostrando la nota.

– Ggggmmmmmmm – gemía Giman ante el rudo esfuerzo que efectuaba.

– ¿Y ahora cómo averiguamos lo que quería este individuo? – dijo el Guerrero del Antifax mientras degollaba a un señor que pasaba por allí. En ese momento la figura encapuchada, a la que ya le había dado tiempo a que se le curasen los flechazos y todo, se incorporó. Se quitó la capucha y todos vieron que se trataba de una bellísima mujer, pero la pegaron de todas formas. Casi sin resuello, la mujer consiguió pedirles ayuda.

– Haberlo dicho antes. ¿Qué deseas, bella mujer? – dijo Coñan mientras Giman gemía.

– Unos villanos han raptado al Nano, y yo temo por su vida – dijo la desconocida.

– ¡Podrían ser los de la profecía! – dijo Pipumpapumpi, el gemelo normal.

– ¡Debemos rescatarle! – dijo Boing Bum Tchack, y le pegaron.

– ¿Sabes dónde están? – le preguntó Coñan a la mujer, que se llamaba Tiab Uena.

– No, pero qué más da – respondió la mujer.

– Tienes razón, qué diablos – dijo el Guerrero del Antifax, y todos se pusieron en marcha.

– Quizás deberíamos preguntarle al rey Pringasaltos 4º, por si les conoce – dijo Coñan. Pero el rey no les conocía, así que le prometieron presentárselos a la menor ocasión. Mientras se alejaban del castillo del rey, éste era reducido a cenizas por un incendio, pero no se dieron cuenta. Sin muchas esperanzas, prosiguieron su camino. Pronto anocheció.

Giman montaba la guardia, depilándose el pulín, cuando creyó notar como si de pronto millones de almas gritasen de terror, y luego se produjera el silencio. Pero lo achacó a la fabada de la cena. Por la mañana, como no pasaba nada interesante, decidió apalear a sus compañeros. Tras dos meses de soldar güesos, continuaron camino. Marchaban por el desierto de Aabubabuba, llamado así porque el que le puso el nombre tenía epilepsia en los labios. De pronto, unos domingueros se apearon de su Porsche y les mantearon a todos durante 32 horas. Cuando se alejaron, nuestros héroes se desahogaron pateando al Parjolillo. Éste empezó a sentir la necesidad urgente de liberar al Nano.

– Hemos perdido mucho tiempo, debemos darnos prisa – dijo Tiab Uena. Y tenía razón. Inmediatamente, los héroes cabalgaron lo más rápido que pudieron, lo que no impidió que les adelantasen seis vacas remando en canoa que pasaban por allí.

– ¿Falta mucho para llegar? – preguntó Coñan tirándose un pedo.

– Pregúntaselo a la enterá – dijo Giman depilando a su caballo.

– Ouaaaargfs – propuso Bárbara, pero no la hicieron caso.

– ¿Y a mí qué me contáis? – dijo la enterá, que no era otra que Tiab Uena. Aceleraron el ritmo. No tardó mucho Giman en adelantar a sus compañeros, pues ahora su caballo ofrecía menos resistencia al viento. Giman fue el primero en ver al anciano que se pegaba sartenazos en la vista a un lado del camino. Decidió ir a preguntarle, mientras venían los otros.

– ¡Salud! – díjole Giman al anciano.

– ¡Atchís! – respondióle el anciano a Giman.

– ¿No sabréis por casualidad el paradero de unos villanos…? – empezó a decir Giman.

– ¡Claro, hombre! ¡Cómo no! – respondió el anciano. – Mire, siga todo recto por este camino. Cuando llegue a un cruce, verá un poste con 4 flechitas apuntando a 4 direcciones. Quémelo. Continúe hacia la izquierda hasta que se aburra. Descanse, y continúe hasta otro cruce en el que encontrará un carro tirado por bueyes. Dígale al conductor que vuelva, que se va a enfriar la sopa. Allí, tuerza a su derecha, siga todo recto, y en una cueva iluminada por farolillos de verbena, ahí es. Tenga cuidado, pues su jefe es un brujo muy poderoso.

– ¡Papá! – gritó Giman, en un arrebato de tristeza. Le abrazó con todas sus fuerzas, produciéndole por todo el cuerpo traumatismos de pronóstico grave.

– Lo siento, papá, pero debo irme. Es mi deber – dijo Giman, el cual se sintió emocionado.

– Mal…dito…cabrón…argfs – sollozó el padre. Pronto se produjo la triste separación. Cuando les alcanzaron sus compañeros, el grupo continuó viaje alegremente. Tiab Uena ya no les acompañaba, pues habiendo realizado su buena acción poniendo sobre aviso a los amigos del Nano, decidió partir hacia otras tierras a combatir el mal allí donde apareciera. Y cuentan que en su vagabundeo llegó hasta la casa de un leñador que le pidió ayuda, le invitó a su mesa y le dio a comer judías cocidas. Le produjeron tantos gases dichas judías que la bella heroína se infló como un globo y se elevó hasta los cielos, donde una raza alada la utilizaría como pelota de tenis hasta que algún héroe consiguiera llevarla un poco de bicarbonato. Pero esa es otra historia y no puede ser contada ahora.

Mientras, nuestros héroes cruzaban un río en su camino hacia la cueva de los malos. Por un momento Bárbara creyó ver cómo un pescador sacaba a su padre de en medio de un banco de barbos, pero hizo como que no lo vio. Llegó la noche, y los búhos comenzaron a ulular.

We don’t need no education.
We don’t need no thought control.
No dark sarcasm in the classroom.
Teachers leave us kids alone.
¡Hey! ¡Teacher! ¡Leave us kids alone!
All in all you’re just another brick in the wall.

No parecía ocurrir nada, cuando de pronto Giman, que estaba de guardia, sintió como si en los lejanos confines del cielo nocturno dos entes innombrables, de oscuro poder, dirigieran de pronto su mirada hacia él, y comenzaran a maquinar perversos planes en su contra. Pero lo achacó al cocido del otro día.

Por la mañana, nada más levantarse, todos se dedicaron a arrancarle los pelos del cuerpo al Parjolillo, a lo vivo y con la sola ayuda de sus manos desnudas. Mientras gritaba, Boing Bum Tchack comprendió que en estos momentos desesperados lo más importante era rescatar al Nano.

Siguiendo las indicaciones del anciano, llegaron hasta los dos cruces, el conductor del carro y, al final, hasta la cueva iluminada con farolillos de feria que formaban las palabras «Guarida de los malos». Al fin habían llegado. Giman empezó a depilarse el sobaco. Al fondo del valle, veían que la entrada de la gruta tenía guardias. Muchos y fornidos orcos.

¿Y ahora qué hacemos? – preguntó Pipumpápumpi.

Debemos entrar ahí – contestó el Guerrero del Antifax, muy convencido.

Oouuuaargggffffs – dijo Coñan mientras los bardos le mordían los pies.

Grauargfs ungrrr broargfsl – dijo Bárbara con entusiasmo. Aquello sí que era amor de madre.

Nuestro deber es rescatar al Nano – dijo Pipumpapumpi, el gemelo normal.

¡Aiiigsfll! – aulló Boing Bum Tchack cuando le empezaron a patear. De todos, él era el que más necesitaba rescatar a su amigo Dorimedonte Teodosio «el Nano», villanos le maten. Así las cosas, idearon un magnífico plan para entrar en la cueva sin ser vistos. Era muy sencillo. No podía fallar.

Las celdas de la guarida eran lóbregas y siniestras. Allí habían sido arrojados nuestros héroes después de que los orcos les sorprendieran intentando llenar su cueva de conejos. Había un montón de esqueletos, pero no sabían de qué eran. Una gran puerta de madera de roble cerraba la celda. Por lo demás, el sitio era acogedor.

– ¿Y ahora cómo salimos de aquí? – preguntó Coñan, con toda la razón del mundo.

– Por la puerta – dijo el Parjolillo, y le pegaron.

– No es mala idea – dijo Giman. Se acercó a la puerta y se la comió.

– ¡Somos libres! – gritó el Guerrero del Antifax. Salieron cautelosamente de la celda y comenzaron a vagar por los pasillos, sin ver nada de interés. Al final, terminaron por aburrirse y se echaron a dormir. Al despertar, se encontraron frente a frente con el temible brujo Arraflaflás, rodeados por una horda de rugientes orcos.

– ¡Habéis osado desafiarme…! – empezó a decir el brujo, pero con los rugidos de los orcos no se oía nada. Así que los exterminó a todos. El brujo quedó muy aliviado.

– Como iba diciendo, habéis osado desafiarme, y eso… – empezó a decir Arraflaflás. Pero lo dijo tan bien, que el público empezó a aplaudir su actuación. Arraflaflás miró en todas direcciones, hasta que se mareó.

– ¡Ahora! – gritó Giman, el cual se sintió desgraciado. Boing Bum Tchack atacó.

– ¡Ahora probarás mi poder! – dijo, y lanzó un sortilegio de su lista de hechizos «productos del campo» contra el brujo, al que le creció un boniato en un ojo.

– ¡Arrg, maldito! – vociferó el brujo, lanzó contra el Parjolillo un hechizo de su lista «merchandising musical», y le creció en su anca izquierda una boca cantora que actuaba sola.

-Yaast siiinguin in de rein, yast singuin in de rein.

Yast colding and filding, aim japi eguein.

Yast singuin, and dansing in de reiiin, duduaa.

– ¡Maldito, toma esto! – Boing Bum Tchack volvió a emplear su lista «productos del campo» contra el brujo, el cual echó raíces. Ahora estaba inmovilizado, pero no indefenso. El Parjolillo se cayó por culpa de un Do de pecho.

– ¡Esto no acabará así! – el brujo lanzó un nuevo hechizo contra el Parjolillo, y éste se sintió desolado. El brujo había polarizado negativamente la parte de su cuerpo correspondiente a la proyección de su mitad superior por el plano axial sobre una superficie tetradimensional atravesada transversalmente por dos haces divergentes con origen en la normal sinoidal de su eje vertical. No es que Boing Bum Tchack sintiera nada especial, pero era una faena que te hicieran eso. De modo que redobló sus esfuerzos y al brujo le crecieron un nabo, una zanahoria, una alpargata y un pedazo de tocino en los lugares más insospechados. Arraflaflás se abstuvo de hablar y contraatacó. El Parjolillo notó cómo actuaba sobre él el sortilegio más humillante para aquellos que no cuidan su línea, pues de pronto sus michelines empezaron a sufrir convulsiones que le impedían conservar el equilibrio, le hacían caer y una vez en el suelo le hacían reptar como las serpientes. Pero Boing Bum Tchack era un mago muy experimentado y aun en esa situación pudo lanzarle otro sortilegio al brujo, por lo que le crecieron dos locutores constipados en los hombros. Aquello si que no lo soportó. Arraflaflás lanzó un último encantamiento contra el Parjolillo, y éste se volvió tan tímido que fue incapaz de recitar hechizos en público. Arraflaflás había vencido.

– ¡Ahora si te he vencido! – corroboró el brujo. Dándoles collejas a los locutores de sus hombros para que se callaran, Arraflaflás se acercó a los héroes, indefensos ante su magia. Era el fin. No había escapatoria. Por suerte para nuestros héroes, de repente el brujo entró en combustión espontánea.

– ¡Esta vez nos hemos librado por poco! – dijo Coñan contemplando cómo el brujo se consumía. No tardaron mucho los héroes en llegar a las celdas y rescatar al Nano. Parecía estar bien.

– ¡Muchas gracias por salvarme la vida, chicos! – dijo el Nano, y le pegaron.

– ¡Por fin todos juntos de nuevo! – dijo alegre el Parjolillo mientras con sus ancas pateaba a Dorimedonte Teodosio «el Nano», villanos le maten.

FIN

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Written by Dovesan
Y a veces, cuando caes, vuelas.