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LA SAGA DE DORIMEDONTE TEODOSIO «EL NANO», VILLANOS LE MATEN por El Chache. Volumen V: Perversidad Remota.

Eran las 10:36 de la mañana. Me encontraba en mi despacho, con vistas a la gran manzana. Así la llamaban, pero no era más que un montón de sucios edificios. Estaba irrigándome el café cuando llegó el correo. Pensé en mi novia. Era imbécil. Todos me decían «pero si es diplomada en taumaturgia». Si, era estudiosa, pero tenía que recibir los encargos por correo desde que le dije que le diera mi teléfono a un cliente. Luego no lo quiso devolver, el muy canalla.

Es muy difícil mantenerse con una agencia de detectives, pero ese día recibí un trabajito enviado por el mismísimo Yun Jammónd, el multimillonario loco. Acudí a la cita. Fui en autobús, porque el presupuesto no me da para mas. Desde las ventanillas pude contemplar linchamientos de negros, atracos, asesinatos, polis apaleando hispanos sin motivo, bandas callejeras descuartizándose mutuamente… ¡Ah! América. El país de la libertad y las oportunidades. Dios lo bendiga. Los atrasados deficientes del resto del mundo no comparten nuestra gloria, por más que pretendan imitarnos.Añadir Anotación

Llegué a la cita en un enorme recinto de las afueras. Me esperaban. Los guardias, tras dejarme pasar, fueron abatidos por un ex boina verde que luego se suicidó, pero como no se metió conmigo no le hice caso.

– ¡Bienvenido, señor. Soy Yun Jammónd, su cliente! – el tipo que vino hacia mí a decirme eso parecía un viejo simpático, de no ser por sus grasas, sus ojos desorbitados, cada uno mirando hacia un lado, su continuo babear, su andar renqueante, su escasa dentadura, las manchas de sangre de su ropa, los ataques espasmódicos que le daban cada 68 segundos y medio, su voz tenebrosa, su sonrisa maliciosa, sus orejas puntiagudas y sus enormes narices. Por lo demás, bien. El gorrito con las orejas de conejo le daba un cierto aire juvenil.Añadir Anotación

– Encantado. Yo soy el detective Arratos – contesté.

– Bueno, espero que ahora sea detective.

– Perdón, ¿cómo dice? – algo empezó a olerme mal, y vi que había sido yo.

– Bueno, usted dice que es detective a ratos.

– No, no, es que yo me llamo Arratos, ¿comprende?

– Ya, ya. ¿Y cómo nos dirigimos a usted cuando no se llame?

– ¡No, no! ¡Yo soy Arratos! ¿Me comprende? ¡Soy Arratos!

– ¿Si? Bueno, yo me sentiría trastornado si sólo existiera la mitad del tiempo.

– ¡Aiiiigsfl! – sollocé, pero el anciano dejó de prestarme atención, y fue al grano.

– Bueno, vamos a aprovechar sus momentos de ser para explicarle todo. En este parque estamos llevando a cabo un experimento impresionante. Mírelo usted mismo – dijo. Miré por la ventanilla que señalaba y sólo pude ver que estaba muy sucia. Cuando se subsanó el error, miré al exterior y quedé anonadado. ¡Estaba viendo dinosaurios vivitos y coleando! Empezó a sonar una música triunfal, pero no la hice caso y me desmayé. Al rato me desperté. Me habían aplicado sales. Al parecer debieron necesitar muchas, porque la retención de líquidos había doblado mi peso. Traté de aclararme, pero ya estaba muy pálido.

– ¿Cómo, cómo lo han conseguido? – pregunté, aún a riesgo de parecer inculto.

– ¡Clonación! Ni más ni menos. Extrajimos ADN de las tripas de un montón de mosquitos fosilizados en ámbar, reconstruimos la cadena de aminoácidos injertando trozos del código genético de una mosca común y ¡hop!, dinosaurios vivos para abastecer la mayor cadena de hamburgueserías del mundo. Después de todo, no son más que pollos grandes – dijo el viejo. Fuera, un Tiranosaurio trataba frenéticamente de levantar el vuelo, sin conseguirlo.

– ¿Y yo qué pinto en todo esto? – pregunté, tratando de hacerme el interesante.

– Sabemos mucho sobre usted, y creemos que es la persona ideal para el caso.

– Oigan, yo no entiendo nada… – empecé a decir, recordando que había dejado los calzoncillos en el microondas.

– Verá, se han escapado 9 clones de los que hemos creado en el laboratorio, y queremos que los encuentre y los traiga.

– Pues no es por nada, pero yo no entiendo nada de dinosaurios.

– De dinosaurios no, pero de esto sí. Son los clones que escaparon – me pasó una serie de fotografías en las que se veían escapando del laboratorio a… ¡No podía creerlo! ¡Eran Giman, Coñan, el Guerrero del Antifax, Dorimedonte Teodosio «el Nano», villanos le maten, Bárbara, Boing Bum Tchack, y los tres bardos gemelos! ¡Los héroes de mi juventud! Este era mi caso.

– No se preocupen. Han dado con el hombre apropiado – dije, disparando al aire para parecer más duro. La bala desapareció en el techo y desde arriba bajó un gemido ahogado.

– Pepe, hay que contratar un nuevo técnico – le dijo Yun Jammónd a uno de los tipos que le acompañaban. Luego me acompañó a la salida. Volví a la ciudad, a iniciar la búsqueda. Llovía. Pensé en mi novia. Era gilipollas. Todos me dicen «pero si es doctora en Filatelia». Era estudiosa, si, pero justo en un día de lluvia como éste se le ocurrió regalarme un teléfono móvil. Me compró 7 y no llegué a ver ninguno porque se le escaparon todos. Se dejó el sueldo del mes en eso. Si eso es ser lista…

Mientras, nuestros héroes acechaban en Central Park, sin saber qué hacer.

– Pues yo no recuerdo haberme metido nunca a monje – dijo Pipumpapumpí, el gemelo feo.

– No se, los recuerdos son borrosos – dijo el Guerrero del Antifax.

– Aigsfl – dijo Dorimedonte Teodosio «el Nano», villanos le maten, que estaba muy malito.

– Lo último que recuerdo fue una inmensa nube de mosquitos, y luego aparecer en esa sala – dijo Giman, el cual se sintió amargado. Los bardos empezaron a cantar, pero se callaron a la primera paliza.

– ¡Qué sitio más extraño! – dijo el Parjolillo.

Nuestros héroes decidieron investigar y adentrarse en lo desconocido. En ese momento, aparecieron unos domingueros en un Porsche y les mantearon a todos durante 326 horas. Su odisea empezaba mal.

Recibí la noticia de que del centro se habían escapado otras 6 criaturas en un Porsche, después de mantear a los guardias durante 163 horas. Si mis sospechas eran fundadas, las cosas iban a ir de mal en peor. Iba tan ensimismado en mis pensamientos, que no me di cuenta de que había atropellado a la banda de un desfile hasta que unos guardias me pararon para preguntarme qué era lo que llevaba en el capó. Insistieron en que les acompañara hasta la comisaría, pero a mí eso me olió mal. Y esta vez no era yo.

– Hoy hace buen tiempo ¿verdad? – dije, poniendo acento de checo.

– Por favor, ¿su nombre? – dijo el guardia poniendo acento húngaro.

– Soy el detective Arratos – dije con acento chicano.

– Pues ahora no debía de serlo, porque circulaba fatal – dijo en un perfecto inglés.

– ¿No debía de ser qué? – pregunté como un portugués erudito.

– ¿No es usted detective a ratos? – dijo con un leve acento mexicano.

– ¡Noo, yo me llamo Arratos! – respondí con la suavidad de una flor.

v¿Y ahora se llama o tengo que dejar el nombre en blanco? – me preguntó como un esquimal.

– ¡No, maldita sea! ¡Yo soy Arratos! – le dije como un japonés enfadado.

– ¡Por Cromf, no existe siempre! – dijo el guardia, claramente asustado.

– ¡Noooo, noooo! – sollocé, desconsolado. Nadie me mima, nadie me quiere.

– ¡Condenado a una existencia intermitente! Y esa cantidad de acentos que tiene… ¡Además sufre personalidad múltiple! ¡Qué ser tan desgraciado! – se lamentó con acento alemán.

– ¡Noooooo, es que ese ES mi nombre! ¡¿Es que nadie lo entenderá nunca?! – lloré.

– Pero… ¡yo también estoy hablando con muchos acentos! ¡Es contagioso, estoy perdido! – dijo el guardia, que seguía a lo suyo. Le entró tal ataque de depresión que se tiró desde lo alto del Empair Esteit. Y cuentan que sobrevivió a la caída, porque antes de llegar al suelo le alcanzó un rayo que difuminó las nubes atómicas de su cuerpo y le otorgó el poder de volar, estirar las piernas y lanzar rayos Gamma por las orejas. Luego se puso un antiguo pijama verde que tenía, un mantel amarillo y una capucha de ninja y se hizo llamar Ultramegaman, para a partir de entonces combatir contra los Superfirulíticos, líderes de una secta espiritual cuyos miembros recorrían las calles vestidos de frac, con pantalones de una sola pernera, e imitando los andares de los pingüinos, con la única intención de perseguir a todas las pelirrojas que vieran profiriendo a voz en grito mensajes antimilitaristas, como «mili kk» y «OTAN no, bases fuera». Pero esa es otra historia y ahora no tengo ganas de contarla. Yo, por mi parte, me fui también terriblemente amargado. En ese momento unos domingueros se apearon de su Porsche y me mantearon durante 367 horas seguidas, durante las cuales unos jubilados se apalearon unos a otros. Cuando se fueron, los del Porsche me dejaron al lado de los cuerpos de los ancianos que habían sucumbido a la ley de la selva. En ese momento vinieron unos polis, que sólo me vieron a mí en el lugar de los hechos. Como era pobre, y no podía comprar la presunción de inocencia, me detuvieron por asesino de masas. No tenía coartada. Estaba perdido.

Mientras, en la ciudad, nuestros héroes caminaban por la calle. Nadie se fijaba en sus armaduras ni en el resto de su equipo porque cosas más raras se veían por ahí. Nuestros héroes aprovecharon para comerse una manzana, dejando a más de 600 familias sin hogar. Las masas enfurecidas se lanzaron contra ellos, pero vieron a un grupo de negros y decidieron lincharles a ellos, que al fin y al cabo en eso consiste la igualdad. Nuestros héroes, por su parte, cuando pudieron huir de la multitud se dedicaron a patear al Nano, el cual se quejaba mogollón. Tras este turbio asunto, entraron en un bar. La gente bebía tranquila y no les hizo mucho caso, excepto el típico machito barriobajero que se acercó al Nano y empezó a patearle. Al verlo, nuestros jirous ( heros ) se acercaron a él y le ayudaron a patear al Nano. El resto del bar, al ver la pelea, empezaron a pegarse unos con otros sin orden ni concierto. El machito, al ver que nadie le hacía caso, se deprimió muchísimo y se marchó del lugar. Y cuentan que, andando, chocó contra una pared sin darse cuenta, por lo que siguió caminando aunque sin moverse. Un apasionado del mundo de la informática le vio y patentó la idea para luego emplearla en gran cantidad de videojuegos. Pero esa es otra historia y ahora no quiero aburrirles con ella. Mientras, en el bar, el Guerrero del Antifax intentaba detener la pelea, pero un tipo que llegó en ese momento vestido de Rambo y armado con un subfusil fue más rápido, y les calmó a todos vaciando el cargador sobre ellos. Cuando el tipo se fue, nuestros héroes miraron a todos los clientes ahí tirados en el suelo. En ese momento llegó la policía, y como sólo les vio a ellos, les detuvieron por asesinos de masas.

Arratos no se lo podía creer. Estaba allí, con los héroes de su juventud, los 10 juntos. Era increíble. Siempre había soñado con vivir aventuras con ellos, conocer a Bárbara, patear al Nano… pero lo que nunca imaginó es que fuera a parar con ellos a la cámara de gas como asesino de masas. Tenían que escapar de ahí. Como fuera.

– Escuchadme. Debemos escapar de aquí. Como sea – dijo Arratos con cara de saber mucho.

– Tienes razón, compañero. Por cierto, yo soy Coñan, el bárbaro. Me llamaron así porque a mi primo le gustaba el zumo de frutas. Estos son mis compañeros – dijo Coñan.

– Les conozco – dio Arratos pateando al Nano. No se lo podía creer. Su sueño dorado.

– ¿Y tú cómo te llamas? – preguntó Pipumpapumpi, el gemelo normal.

– Yo soy Arratos – dijo ídem dándose cabezazos contra la pared al antiguo estilo.

– ¿Y qué ocurre cuando no existes? – dijo Giman mientras trataba de desclavar una baldosa del techo.

– ¡Aiiiigsfl! – sollozó Arratos, libre de todo entendimiento.

Justo en ese momento fueron a buscarles a las celdas. Dos gorilas les sacaron de la celda a patadas.

– Urg, urg – decían los gorilas comiéndose sendos plátanos.

– ¡Ahora! – gritó Arratos lanzándose contra los gorilas. Después de que éstos le hubieran dado una soberana paliza, nuestros héroes decidieron intervenir. Se lanzaron contra los gorilas y los redujeron, convirtiéndolos en chimpancés. Y cuentan que estos dos chimpancés fueron capturados por un empresario de circo retirado que, arrepentido por el trato que les dio a los animales en su vida, se tomó un bebedizo que habría de sumirle en un trance semejante al de la muerte, hasta que un beso de amor le despertara. Como los chimpancés no sabían dar besitos, se liaron a bocaos con él, hasta dejarlo mondo y lirondo. Cuando el empresario despertó y vio lo que le había pasado, decidió ganarse la vida actuando de extra en películas de terror. Pero esa es otra historia, y por lo demás bastante tediosa.

Mientras, nuestros héroes corrían hacia la salida del edificio. Al salir al exterior, vieron que el patio estaba plagado de guardias armados hasta las glándulas suprarrenales.

– ¿Y ahora cómo salimos? – dijo el Nano, y le pegaron.

– Habrá que vencerles – dijo el Guerrero del Antifax.

– ¡Pero eso es imposible! – dijo Arratos. Todos le tenían lástima porque no existía más que la mitad del tiempo.

– ¿Qué te apuestas a que les venzo? – dijo el Guerrero del Antifax, y les venció.

– ¡Vía libre, muchachos! – dijo el Nano, y le pegaron. Escaparon en un furgón de la policía que robó Arratos. Pero una vez dentro, y a pesar de ser el que tenía más idea, no le dejaron conducir.

– ¡Pero si esto está chupado! – dijo Boing Bum Tchack, mientras provocaba el caos por las calles. La policía les puso un montón de multas, pero como el furgón era de la policía, ésta adquirió una enorme deuda consigo misma y se autoarruinó. EEUU quedó sin ley. Debido a ello, las calles se llenaron, aún más, de violencia. Se desató el caos y aparecieron un montón de héroes musculosos que sabían artes marciales y salvaban chicas. Los grupos subversivos se apoderaron del país, asaltaron el pentágono, pero como no sabían de matemáticas, no supieron usarlo, por lo que causaron una guerra nuclear que devastó la vida sobre la tierra. Con excepción de unos microorganismos que merced a la radiación mutarían hasta formar nuevas especies.

Pero de momento las multas aun no eran efectivas, y el Parjolillo huyó al desierto.

– ¿Y ahora qué hacemos? – dijo el Nano, y le pegaron.

– Deberíamos intentar llegar al Centro de Investigaciones Científicas. Allí es posible que encontremos alguna solución a nuestros problemas – propuso Arratos, y le pegaron por listo.

– ¡Efto ef indreíble! ¡Bi fueño forafo! – dijo Arratos, mientras se retorcía en el suelo de la furgoneta. A pesar de todo, decidieron hacerle caso, y se encaminaron hacia el centro ese. Estaba fuertemente protegido, que para algo era un centro militar.

– ¿Cómo pasaremos ahí? – dijo el Nano, y le pegaron.

– Tenemos que evitar que nos reconozcan – dijo Pipumpapumpí, el gemelo feo.

– Pero si no nos conocen – dijo Arratos.

– Ah, pues entonces vamos – dijo Giman, y se lanzaron a la carga. Los guardias dispararon contra ellos, pero como no conocían las armas de fuego, nuestros héroes no las hicieron caso y acabaron con ellos. Arratos, en cambio, si las conocía, y las hizo mucho caso. Demasiado.

v¿Qué haces ahí tirado, perdiendo el tiempo? – le dijo Coñan, lamiéndose un sobaco.

– ¡Aaaiiiigsfl! – dijo Arratos, retorciéndose en el suelo.

– Grooouaaarfs – dijo Pipumpapumpi, mientras Bárbara le obligaba a tragarse su escoba de través.

– ¡Adelante, el camino está libre! – dijo el Nano, y le pegaron.

En la sala de mando, el doctor Zumbao no podía creer lo que veía, así que se volvió ateo. No conocía a los individuos que tras cargarse a los guardias se pusieron a gatear por las paredes, pero no les perdonaría que le quitaran la fe. Inmediatamente, hizo los preparativos finales.

Mientras, nuestros héroes se encontraron ante una encrucijada de pasillos.

– ¿Hacia dónde vamos? – preguntó Coñan. El Nano no dijo nada, pero le pegaron de todas formas. Sin poder elegir un camino en concreto, decidieron seguir a una manifestación contra la caza de gorriones, que pasaba por allí. El doctor Zumbao estaba a punto de acabar cuando la manifestación irrumpió en su laboratorio. Pasó de largo, pero nuestros héroes no.

– ¡Alto ahí, villano! ¿Qué es lo que tramas? – dijo el Nano, y le pegaron.

– ¡Me apoderaré del mundo, y no podréis detenerme! – dijo Zumbao con cara de eso, de zumbao. Apretó un botón muy siniestro, pero que no valía para nada, y huyó en dirección al Nano, que como estaba hecho un asco, no le paró.

– ¡Si es que no vales para nada! – le dijeron sus amigos mientras le pateaban las tripas. Luego siguieron al malo. El Parjolillo le lanzó un sortilegio y éste sintió añoranza por su tierra.

– ¡No me separéis de mi patria! – sollozaba Zumbao mientras nuestros héroes le apresaban fácilmente. En ese momento entró Fatman por el techo, triunfalmente.

– ¡Ríndete, Zumbao, en nombre de la verdad, la justicia y el modo de vida americano! – vociferó al caer al suelo con toda su masa. Cuando vio que ya lo habían apresado se deprimió tanto que decidió suicidarse prestándose a experimentación científica. Nuestros héroes habían salvado al mundo. Decidieron usar un hechizo del Parjolillo para regresar a su tiempo. Arratos estaba desolado.

– Por favor, llevadme con vosotros. Siempre desee compartir vuestras aventuras. Además, aquí me buscan por asesino de masas. Quiero ir con vosotros – dijo Arratos. Nuestros héroes, emocionados, le dieron tal paliza que se le quitaron las ganas de acompañarles. Y cuentan que después de aquello no volvió a ser el mismo, y recorrió el mundo en busca de su destino, hasta que se encontró con un anciano muy sabio que le enseñaría artes marciales y a salvar chicas. Pero esa es otra historia y ahora no hay sitio para contarla. Mientras Arratos se retorcía en el suelo por el dolor, our jirous se prepararon para la marcha. En el momento en el que Boing Bum Tchack lanzaba el hechizo, unos domingueros se apearon de su Porsche y les mantearon durante todo el viaje de vuelta y 236 horas más. Un instante después de que desaparecieran, las multas se hicieron efectivas.

FIN

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Written by Dovesan
Y a veces, cuando caes, vuelas.