Quizás fue porque había leído demasiadas novelas de James Bond; quizás la causa fue un defecto congénito o alguna lesión cerebral producida en mi ajetreada infancia (como cuando Tía Mae me tiró a la cabeza el tarro de compota), pero el caso es que cuando llegó el momento de plantearme el qué hacer con mi vida, me hice poli. Es más, poli en Denver.
Que Dios me perdone.